Gran parte de la izquierda y los islamistas repiten el mito de la tolerancia del Islam durante la época de Al-Andalus. Continuamente se repite que: “Al-Andalus fue una civilización que irradió una personalidad propia tanto para Occidente como para Oriente. Situada en tierra de encuentros, de cruces culturales y fecundos mestizajes, al-Andalus fue olvidada, después de su esplendor, tanto por Europa como por el universo musulmán, como una bella leyenda que no hubiera pertenecido a ninguno de los dos mundos”.
La península ibérica fue sometida por la espada al Islam, fue Al-Andalus, tierra de los vándalos, en árabe.
Durante la segunda mitad del siglo VIII se produjo una seria escisión en el imperio musulmán. Una ruptura dinástica que terminó con los omeya que gobernaban en Damasco, para entronar a los abasíes, que se asentaron en Bagdad. Un príncipe omeya huido de Damasco, Abderrahman I, penetraría en al-Andalus formando un nuevo Estado con base en Córdoba: el emirato, independizándose de la política bagdadí.
Ocho emires se sucedieron del 756 al 929, con diversos levantamientos muladíes y mozárabes– hasta que Abderrahman III decidió fundar un califato, declarándose Emir al-Muminin (príncipe de los creyentes), lo cual le otorgaba, además del poder terrenal, el poder espiritual sobre la umma (comunidad de creyentes).
Abderrahman III y su sucesor al-Hakam II, apaciguaron a la población, permitieron la colaboración en sus dominios de judíos y cristianos. Pactaron con los cristianos, construyeron y ampliaron numerosos edificios –algunos tan notables como la Mezquita de Córdoba – y se rodearon de la inteligencia de su época. Mantuvieron contactos comerciales con Bagdad, Francia, Túnez, Marruecos, Bizancio, Italia, y Alemania.
Mientras, a finales del siglo XI, en el Magreb occidental, hoy Marruecos, surgió un nuevo movimiento político y religioso en el seno de una tribu bereber del sur, los Lamtuna, que fundaron la dinastía almorávide En poco tiempo, su actitud religiosa fundamentalista, fanática e intransigente “convenció” a gran parte de la desencantada población, y con su apoyo emprendieron una serie de contiendas logrando formar un imperio que abarcaría parte del norte de África y al-Andalus, que a través del rey sevillano al-Mutamid, había pedido su ayuda para frenar el avance cristiano.
Encabezados por Ibn Tashfin, penetraron los almorávides en la Península, infligiendo una seria derrota a las tropas de Alfonso VI en Sagrajas. Pronto conseguirían acabar con los reyes de taifas y gobernar al-Andalus, no sin cierta oposición de la población, que se rebelaba contra su talante intransigente y fundamentalista.
Los cristianos obtuvieron mientras tanto importantes avances, conquistando Alfonso I de Aragón Zaragoza en 1118. Al mismo tiempo, los almorávides veían amenazada su propia supremacía por un nuevo movimiento religioso surgido en el Magreb: el almohade.
Esta nueva dinastía se generó en el seno de una tribu bereber procedente del corazón del Atlas que, encabezada por el guerrero Ibn Tumart, pronto se organizó para derrocar a sus predecesores. También desde Marraquech, gobernaron y se hicieron con las riendas de al-Andalus. Sin embargo, al igual que los almorávides, terminaron por sucumbir ante el relajamiento del Islam que tenían los fieles musulmanes.
El Islam floreció intelectualmente en Al-Andalus cuando se relajó y rompió con la Umma gobernada desde Bagdad, y con el Islam oficial e imperante. Abderrahman III y Hakam II poseían el poder terrenal y espiritual de la Umma en tierras ibéricas.
Fueron unos “traidores” al espíritu del Islam. La Umma no puede ser troceada, según las leyes coránicas.
Es la época del esplendor de Al-Andalus. Aunque permitían a judíos y cristianos colaborar en sus dominios musulmanes, eran dhimmis, ciudadanos de segunda categoría, pero mejor tratados que con los anteriores y posteriores emires.
Los que recurren al mito de la tolerancia en Al-Andalus, omiten voluntariamente o por ignorancia, que cuando hubo – relativamente- más tolerancia fue en la época del mayor relajamiento y distancia del Islam, y que a mayor reislamización, con los almorávides y con los almohades, mayor era la intolerancia y persecución de judíos y cristianos y de heterodoxos musulmanes.
Cuando en Al-Andalus los musulmanes se distanciaban del Islam podía florecer la cultura.
¿Pero de dónde procedía esa cultura?
Los árabes se expandieron desde la península de Arabia, en el siglo VII, impelidos por el Islam. Eran unos beduinos sin acerbo cultural importante, pero con el Islam, copia burda del judaísmo y del cristianismo nestoriano, creyeron en un solo Dios, incitados por Muhammad a imponer su credo, y ante la negativa de los judíos a secundarle les hizo degollar. Fue el inicio de su Yihad contra “los otros”.
Muhammad mismo sancionó la masacre del Qurayza, una tribu judía derrotada en el siglo VII. Designó a un "árbitro" que pronto rindió este juicio conciso: los hombres debían ser sometidos a la muerte, las mujeres y los niños vendidos como esclavos y el botín dividido entre los musulmanes.
Muhammad ratificó este juicio, indicando que era un decreto de Dios pronunciado por encima de los Siete Cielos. Así, entre 600 y 900 hombres del Qurayza fueron conducidos por orden de Muhammad al Mercado de Medina. Las zanjas se cavaron, los hombres fueron decapitados y los cadáveres enterrados en las zanjas, mientras Muhammad lo presenciaba. Las mujeres y los niños fueron vendidos como esclavos y varios de ellos fueron distribuidos como obsequios entre los allegados a Muhammad, quien escogió a una de las mujeres de Qurayza (Rayhana) para él mismo. Las propiedades de Qurayza y otras posesiones (incluyendo las armas) también fueron divididas como botín adicional entre los musulmanes, a fin de sostener las campañas adicionales del Yihad.
Al-Mawardi, jurista de Bagdad, era un erudito prolífico que vivió durante la llamada Edad Dorada islámica del califato de Abbasid-Baghdadian y falleció en 1058. Escribió la siguiente cita, basándose en interpretaciones extensamente aceptadas del Corán y Sunna (es decir, las palabras y los actos registrados de Mahoma), con respecto a los presos infieles de campañas del Yihad:
"En cuanto a los cautivos, el emir [gobernante] tiene la elección de tomar la acción más beneficiosa de cuatro posibilidades: el primero, condenarlos a muerte cortándoles los cuellos; el segundo, esclavizarlos y aplicar las leyes de la esclavitud con respecto a la venta y la liberación; el tercero, vale de bienes o presos; y cuarto, mostrarles favor y perdonarlos. Alá, que sea venerado, dice, `Cuando usted se encuentre con aquellos (infieles) que niegan (la Verdad = Islam) entonces córtales el cuello (Corán sura 47, verso 4)"....Abu'l-Hasan al-Mawardi, al-Ahkam as-Sultaniyyah." (Las Leyes del Gobierno Islámico, traducido por el doctor Asadullah Yate, (Londres), Ta-Ha Editores Ltd., 1996, p. 192)
La “sagrada” práctica musulmana de la decapitación al infiel se basa en las "reglas" coránicas iteradas por todas las cuatro escuelas clásicas de jurisprudencia islámica, a través del vasto imperio musulmán. Por siglos, desde la península ibérica hasta el subcontinente indio, las campañas del Yihad emprendidas por los ejércitos musulmanes contra los infieles -judíos, cristianos, zoroastristas, budistas e hindúes- fueron puntualizadas por masacres, con decapitaciones masivas. Durante el período de dominio musulmán "iluminado," los cristianos del Toledo íbero, que inicialmente sometieron a sus invasores musulmanes árabes en 711 o 712, luego se rebelaron en 713. En la dura represalia musulmana que resultó, Toledo fue saqueado y todos los cristianos prominentes fueron degollados.
Las decapitaciones recientes de infieles por musulmanes inspiradas por el Yihad han ocurrido en todo el mundo - cristianos en Indonesia, en las Filipinas y en Nigeria; sacerdotes y mujeres hindúes "destapadas" en Cachemira; el periodista judío de Wall Street Journal, Daniel Pearl. No debe sorprendernos de que estos paroxismos contemporáneos de la violencia del Yihad vengan acompañados por decapitaciones ritualizadas. Tales actos horribles son, de hecho, sancionados por los textos sagrados islámicos, y por la jurisprudencia musulmana clásica. Los reclamos vacíos de –los relativistas culturales y de los que predican sobre alianzas entre “civilizaciones” -que las decapitaciones del Yihad son de algún modo "ajenas al Islam verdadero," son totalmente falsas, y por bienintencionados que fuesen, socavan los esfuerzos serios para reformar y desacralizar la doctrina islámica.
Los guerreros árabes entraron en contacto con la cultura europea gracias a los traductores judíos y cristianos nestorianos que poblaban la península de Arabia y las tierras conquistadas por los musulmanes. Su gran aporte a la cultura y civilización fue hacer traducir los textos de la filosofía y del saber griego – de Europa- al árabe, siendo la mayor parte de los traductores judíos.
Los árabes aprendieron que con la fuerza militar de la espada del Islam, con el miedo que infundían sus guerreros y con la doctrina coránica podían extenderse ampliamente.
Los más civilizados entre ellos fueron suficientemente inteligentes en pedir la colaboración de los intelectuales de su época, mayormente judíos, que aportaron –traduciendo- el saber de los griegos clásicos, y desarrollaron este conocimiento.
Fueron innumerables los traductores judíos que transmitieron a los musulmanes los tesoros de la literatura científica de la Grecia antigua. Fueron legión los matemáticos, astrónomos y médicos judíos en el mundo árabe.
Entre los que se encargaban de descubrir obras clásicas y traducirlas al árabe se cuentan multitud de doctores judíos y cristianos sirios. Ellos contribuyeron de manera decisiva a cimentar los fundamentos para el desarrollo posterior en el mundo del Islam.
Los nombres de los judíos que ejercieron su actividad en las escuelas superiores árabes, y del Al-Andalus- son casi incontables. Hasta el siglo XIX no fueron conocidos esos nombres, muchos de los cuales son apenas reconocibles en los caracteres árabes, y valorizada su aportación al campo de la astronomía, química, de la matemática y de la medicina, tal como resalta Werner Keller en su trabajo “Und wurden zerstreut unter alle Völker”.
Los musulmanes que quieren un retorno a las fuentes del Islam critican la relajación de Abderrahman III, de Hakam II, el rey erudito que creó una biblioteca de más de cuatrocientos mil volúmenes, porque a partir de la ruptura de la Umma, y de la independencia del califato de Bagdad, en 1031 cae la dinastía omeya, y comienzan a surgir reinos independientes de taifas en todo al-Andalus, y los reinos cristianos podrán expulsar de la península ibérica a los musulmanes.
Los puristas del Islam culpan el pensamiento occidental y el estado laico de Kemal Ataturk en Turquía como las causas de su declive y decadencia religiosa.
Los occidentales que “admiran” la “tolerancia” que hubo en el Al-Andalus no quieren recordar que esta tolerancia fue breve, totalmente incompleta –los dhimmis judíos y cristianos eran ciudadanos de segunda categoría- y que el pensamiento que aportaron los árabes era en gran parte debido a los judíos y el saber era de matriz europea –Antigua Grecia-
El declinar político religioso, el distanciamiento con el Islam, permitió el florecimiento cultural, y gracias a “tolerar” la colaboración de judíos y cristianos.
Actualmente cualquier esperanza de que el Islam se modernice es remota, posiblemente una Ilustración necesitaría un par de siglos o más. Los musulmanes están siendo controlados cada vez más por los islamistas, que admiran a los almohades que persiguieron a los dos más grandes filósofos del Al-Andalus, al médico judío Maimónides y al cadí musulmán Averroes.
La modernización significa menos islamismo.
Los vientos de la modernidad soplan en dirección contraria a los que se mueven por Enrabia. Los eurabigos tienen miedo a la libertad, se autocensuran, los periódicos no hacen caricaturas del Islam, si de judíos y cristianos. Las operas de Mozart son censuradas por miedo a ofender a los musulmanes, pero da igual si se ofende a judíos y cristianos. Hay miedo, miedo a la libertad.
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