¿De qué va esto?

Esto es un blog pro-Israeli.

Lo creamos hace ya casi cinco años, en los albores de la operación Litani, tras el secuestro de Ehud y Eldad. Cuando Gilad llevaba más de un mes en manos de Hamas.

Han pasado casi cinco años. Gilad sigue en manos de Hamas, Ehud y Eldad volvieron a Israel. Muertos. Muchas cosas han pasado, pero poco ha cambiado. Una tregua, Sderot bajo el fuego de los qassam, atentados, una operación contra Hamas, la reconciliación entre Fatah y Hamas, informes sesgados, la ONU, secuestros en Gaza, flotillas pseudo-pacifistas…

Lo que nos hizo abrir este blog en ese momento, fue notar que no recibíamos información sobre lo que pasaba en Israel. Empezamos a traducir noticias, a escribir crónicas basándonos en la información que recogíamos de fuentes de todo el mundo.

Después la calma, después otras luchas en otros lugares. Nos volvimos más críticos, más pesimistas.

Pero seguimos aquí, y pensamos, que pese a quien pese, Israel seguirá existiendo. Y seguiremos peleando, para que eso sea así.

domingo, 29 de octubre de 2006

Sobre luciérnagas y serpientes

Una luciérnaga estaba tranquilamente posada en el tronco de un árbol y se acercó una serpiente que sin mediar palabra empezó a perseguirla para intentar comérsela.
Durante tres días la serpiente la persiguió sin descanso, no dejándola posarse apenas y llevándola al agotamiento. La luciérnaga sin poder más, se quedó exhausta sobre una roca esperando a la serpiente.
Cuando la serpiente estaba a punto de comérsela la luciérnaga le dijo-: Antes de que me comas, ¿podrías contestarme a tres preguntas?
-Me parece justo
-¿Te he hecho algo?
La serpiente respondió-: no
-¿Formo parte de tu cadena alimentaría?
La serpiente volvió a contestar que no
-Entonces... ¿Por qué me persigues y quieres matarme?
Y la serpiente respondió-: Porque me molesta que brilles.
enviado por Lejem Shajor

lunes, 16 de octubre de 2006

PROPALESTINISMO DESINTERESADO?

Siempre me pregunto por que habiendo en el mundo conflictos más duraderos, más sangrientos, y más dolorosos que los de oriente medio, este ùltimo acapara tal atención.

Tomemos por ejemplo el contencioso del Sáhara del que en España somos directamente responsables, los medios apenas le prestan atenciòn , màs alla de lo anecdotico, y de las buenas intenciones con esos crios, de aquellas latitudes que vienen aqui a pasar una efimera estancia en el mundo desarrollado, pero quizas cuando vemos que desde pulpitos del antisraelismo militante, como el EL PAIS, haciendo una loa a los intentos del sacamantecas marroquì de solucionar el conflicto (a su manera) o de ser los unicos que se les permite entrar en el Sàhara y no mostrar las penurias de los saharauis , con ello no quiero quitar importancia a este doloroso conflicto que sufren israelies y palestinos ,pero teniendo nosotros culpa en parte en este conflicto (quizas por una clase política vendida a los intereses marroquìes, no entrare aqui en especificar casos por que serian muchos) .O que el frente polisario lleve diez años en tregua cosa que no hacen las milicias palestinas, o que solo quieran tener su estado, y no destruir otro como pretende hamas, o que quizas se encuentra en en el Sahara la mayor reserva de fosfatos del mundo despues de Chile y quizas la mayor bolsa gasista de Europa , mientras que en Palestina su mayor recurso es la producción de cemento se ve que los Israelìes tiene una codicia extrema.
Por otra parte conflictos como el de Ruanda 800.000 muertos , del que fue responsable directo el señor Anann (si el de que malo es Israel y aùn sigue el genocidio sudanes , aunque pàrece que a nadie le importa, el de Timor oriental 100.000 de muertos, o el de Chechenia donde las potencias extranjeras a cambio de petroleo callan ante la masacre que el ejèrcito ruso provoca en Chechenia esto sin dejar de criticar el terrorismo checheno de corte islamista.Del mismo modo que estos pàises dando lecciones de democracia a Israel tal como el señor blàir que atribuìa los atentados del 7 J al conflicto de oriente medio quizas la guerra de Irak para el señor blair no conto para la motivación, que no justificación del mismo.
Pero el reflejo de estos intereses y no de sincero altruismo propalestino,para colmo fue la grandiosa visita de felipe gonzález a Iràn diciendo que no pasaba nada de que Iràn tuviese capacidad al desarrollo nuclear, y que era un pais normal si por pais normal llamamos a una teocracia islàmica que dice que un pais como Israel debe ser borrado del mapa entonces,de acuerdo es un paìs normal, ¿que intereses de tipo economico o polìtico se esconden detras de semejante animalada que roza lo absurdo?.Como aquella central nuclear construida por francia en Irak para segun ellos abastecer de energìa electrica a un pais con reservas de gàs para 200 años minimo?, quizas haya cosa que un simple ciudadano como , yo no acierte a comprender, o datos que logicamente no tenemos, o quizas el antijudaismo visceral de algunos, pero creo que es mas el desvio de la atenciòn de otros temas, los judìos siempre han sido eso el chivo expiatorio, conjugado con intereses economicos.
Y tambièn por que este pequeño pais, es un rival a tener en cuenta en los campos científicos militar, cultural y econòmico y si hay que jugar sucio, con la carta del antijudaismo para competir pues se hace, todo vale ,mientras se habla con total naturalidad de el ingreso de turquia en la union europea a pesar del genocidio cometido contra los kurdos y armenios parece que esto no le importa nada a la europa de los derechos humanos claro que un jugoso mercado de 80 millones de personas ,y de mano de obra barata para sus empresas, no tiene comparaciòn con un pequeño mercado, de siete millones de almas y de una de las mejores manos de obras especializadas del mundo, lo entiendo lo comprendo pero no jueguen sucio.
NOTA: parece que francia ahora hizo una ley sobre el genocidio turco pero veamos cuanto dura cuando comienzen las presiones de tipo economico y de la comunidad turca en francia , ademàs tampoco estan ellos para hablar despues de lo que hicieron en Argelia . (en otro articulo hablare sobre la manipulacion del poder economico que ejercen sobre los progres de izquierda).

jueves, 12 de octubre de 2006

PROGRAMA DE JERUSALEM

El Sionismo, Movimiento de Liberación Nacional del Pueblo Judío, llevó a la creación del Estado de Israel, y ve en el Estado de Israel judío, sionista, democrático y seguro, la expresión de la responsabilidad colectiva del Pueblo Judío para la continuación de su existencia y futuro.


Las Bases del Sionismo son:

1. La Unidad del Pueblo Judío, su vínculo con su patria histórica - Eretz Israel y la centralidad del Estado de Israel y Jerusalem su capital, en la vida del pueblo.

2. Alía a Israel desde todos los países y su integración en la Sociedad Israelí.

3. El fortalecimiento de Israel como Estado Judío-Sionista y democrático y su modelación como sociedad ejemplar, poseedora de un carácter moral y espiritual único, basada en el respeto mutuo del multifacético Pueblo Judío y en la visión profética que aspira a la paz y contribuye para la mejora del mundo.

4. La garantía del futuro y distinción del Pueblo Judío a través de la promoción de la educación judía, hebrea y sionista, el cultivo de los valores culturales y espirituales judíos, y la institución de la lengua hebrea como su idioma nacional.

5. El cultivo de la responsabilidad mutua judía, la defensa de los derechos de los judíos, tanto individuales como de nación, la representación de los intereses nacionales sionistas del Pueblo Judío y el combate a toda forma de expresión antisemita.

6. La población del país como expresión práctica de la realización sionista.

NOTA: BASES DEL CONGRESO DE BASILEA (como ven los sionistas no desayunan niños cristianos por las mañanas).

martes, 3 de octubre de 2006

RESPUESTA DE SPIELBERG AL ANTISEMITA MEL GIBSON

Estimado señor Gibson:Yo soy uno de los judíos que no acepta su disculpa de hoy. No la acepto, porque usted ha escupido en las tumbas de los Goldwin, los Warner, los Mayer, los Cohn, los Fox, los Thalbergs, los Selznicks, los Zukors y miles de otros judíos, vivos y muertos, que han hecho posible su cuestionable carrera.Cuando salga de "rehabilitación" y haga un recuento de sus millones, reflexione por favor: ¿cuál hubiera sido su fortuna, si se hubieran conocido sus verdaderos sentimientos, cuando empezó en la industria cinematográfica?Usted es un ser despreciable, uno que ni siquiera se ha dado cuenta de que ha mordido repetidamente la mano que le dio de comer.
Cualquier cosa que usted (o su agente publicitario) diga hoy en día, no puede ni siquiera empezar a compensar sus teorías de larga data acerca de los judíos. Aparentemente, la manzana no cae lejos del árbol. (O aparentemente tiene las mismas características que sus padres). Si aún no ha logrado distanciarse de las opiniones de su padre sobre el Holocausto, ¿por qué debería la comunidad judía reunirse con usted o creer cualquier cosa que tenga que decir ahora? Sus palabras son apenas un intento velado para admitir que esta vez se equivocó.
Usted se quiere proteger, para seguir siendo adorado e incrementar la fuente de sus ingresos.La verdad es que usted es un incorregible y recalcitrante antisemita de la peor calaña, y su falso acercamiento vale menos que el costo de su próxima copa, que seguramente se encontrará entre sus manos en poco tiempo. Yo se la brindo.Obviamente, si me equivoco, podría empezar por donar hoy mil dólares al Estado de Israel, en este momento de necesidad .
Obviamente, para un hombre de su importancia quien "honra a todos los hijos de Dios" es un pequeño costo de relaciones públicas por pagar.
AtentamenteSteven Spielberg

EL FATAL APULAÑAMIENTO DE ÁNGELO FRANMARTINO,APOLOGISTA PALESTINO

Un italiano llamado Ángelo Frammartino, de 25 años, suscribía las opiniones anti-Israel típicas de la extrema izquierda, como expresaba en una carta a un periódico en el 2006:

Debemos afrontar el hecho de que una situación de no violencia es un lujo en muchas partes del mundo, pero no busquemos eliminar actos legítimos de defensa... Nunca soñé con condenar la resistencia, la sangre de los vietnamitas, la sangre del pueblo que estaba bajo ocupación colonialista o la sangre de los jóvenes palestinos de la primera intifada.
Dedicado activamente a impulsar sus creencias, Frammartino fue a Israel a comienzos de agosto del 2006 para servir como voluntario con ARCI, una ONG de extrema izquierda que trabaja con niños palestinos en el centro comunitario de Burj al-Luqluq en Jerusalén Este.
Pero el 10 de agosto, fue apuñalado en un asalto terrorista en la calle Sultán Suleiman, cerca de la Puerta de Herodes en Jerusalén, dos veces en la espalda y una vez en el cuello. Fallecía poco después, tan sólo dos días antes de su retorno planeado a Italia. El asesino, identificado pronto como Ashraf Hanaisha, de 24 años, resultó ser un palestino afiliado a la Jihad Islámica palestina. Residente de la aldea de Qabatiya en la zona de Jenin, Hanaisha planeaba aparentemente atacar a un judío israelí pero cometió un error.
Enseguida llegó el control de daños. La agencia de noticias de la Autoridad Palestina, WAFA, difundió una declaración del centro comunitario de Burj al Luqluq condenando el crimen en términos nada inciertos: "Nada podría describir nuestras emociones por lo ocurrido. Nuestro pensamiento está con la familia y amigos de Ángelo, ellos tienen nuestras más profundas simpatías". Varias ONG palestinas organizaron después una vigilia en memoria de Frammartino. Por su parte, la madre de Hanaisha hizo un llamamiento, a través del periódico italiano La Repubblica, para el perdón de su hijo.
En respuesta a este derroche, los padres de Frammartino sí perdonan a Hanaisha. Desde el hogar familiar en Monterotondo, el padre, Michelangelo, decía que "celebra y aprecia, a pesar del imborrable dolor, la súplica de perdón hecha por la madre del asesino" y expresaba la esperanza de que el gesto de los padres "ponga fin a esta historia extremadamente triste". El padre fue más allá, declarando al periódico Corriere della Sera que no sentía odio hacia el asesino de su hijo:
Ángelo estaba trabajando para promover la paz. El mensaje que intentaba llevar es mayor que todo lo demás... las circunstancias confirman que Ángelo fue víctima de la guerra, de la injusticia del mundo. Cuando estamos hablando de una situación de tensión, predomina la ausencia de sentido común. No siento odio porque el pensamiento de Ángelo, los principios que siempre le motivaron, definitivamente no eran de odio o venganza.
Comentarios:
(1) Estas señales desde Qabatiya a Monterotondo y a la inversa se redujeron a una pas de deux curiosa y despreciable, con cada parte dando a entender lamentablemente que con que Hanaisha solamente hubiera matado a su víctima pretendida, todo estaría bien: "Lo siento, pensé que era judío", reza el titular de La Stampa. Los palestinos llevaban un mensaje de "Lo sentimos, no pretendíamos matar a su hijo", mientras que la familia respondió con un "Entendido, aceptamos que cometisteis un error".
(2) Escribiendo en el Jerusalem Post, Barbara Sofer sugiere un modo excedente de honrar la memoria de Ángelo Frammartino, hacer que su familia se una en solidaridad con otra víctima de alto nivel de la violencia palestina. Observa que la Fundación Koby Mandell, bautizada en honor a otro joven brutalmente asesinado por terroristas palestinos, "proporciona experiencias de colonias terapéuticas a supervivientes del terror o a las familias de aquellos asesinados por terroristas... No es política, alberga a judíos y no judíos, y trabaja en la construcción del carácter". Sofer sugiere que aquellos que quieran honrar la memoria de Frammartino "deberían querer apoyar este campamento que trabaja para mitigar el mal traído por aquellos que engañaron y mataron a su hijo".
(3) Incluso si era un radical político, todos los relatos retratan a Frammartino como un alma cándida. Si es así, eso solamente confirma lo muy fuera de lugar que se encontraba en Jerusalén. Como señala Calev Ben-David, también en el Jerusalem Post, su muerte es un recordatorio "de que los extranjeros que vienen a esta región, incluso con la mejor de las intenciones, deberían entender primero que ellos, no menos que los israelíes - o, a esos efectos, aquellos en el mundo árabe que quieren verdaderamente paz - pueden caer víctimas tan fácilmente, de aquellos aquí que solamente tienen la peor de las intenciones".
(4) Por decirlo con mayor crudeza, teniendo en cuenta las alocadas opiniones de Frammartino (" Nunca soñé con condenar la resistencia"), de haber sobrevivido a su apuñalamiento, sobreviviendo quizá en estado de parálisis corporal total, ¿habría visto como terrorismo el ataque contra él? ¿O no habría aprendido nada y lo consideraría aún un acto de autodefensa legítima?
NOTA: articulo tomado de la pàgina web de Daniel Pipes AUTOR: DANIEL PIPES

LA RESOLUCIÓN 1701 DE LA O.N.U.

Aqui los puntos de obligado cumplimiento de la mencionada resolución en los cuales se puede ver que Israel está cumpliendo cada uno de los puntos que son de su aplicación. Israel está á la espera de la contrapartida de aquellos que pueden poner en peligro su seguridad:
-Cese completo de las hostilidades.

- Pleno respeto de las fronteras por ambas partes.-

-Creación de una zona tampón entre la franja de protección y el río Litani, solo accesíble al Ejército libanés o á la fuerza de paz internacional (FINUL).

- Plena aplicación de los acuerdos de Taif y de las resoluciónes 1.559 y 1.680 sobre la desmilitarización de las milicias, incluyendo a Hezbollah.

- No podrá haber fuerzas extranjeras en el Líbano sin el consentimento de su Gobierno.

- Prohibición de la venta de armas al Líbano, excepto las autorizadas por su Gobierno.

- Entrega a la ONU de todos los mapas de minas terrestres en posesión del Líbano y Israel.

- Será reforzado el mandato de la FINUL hasta los 15.000 soldados.

- Liberación incondicional de los dos soldados israelíes secuestrados por Hezbollah.
NOTA:GRACIAS A PEDRO GONZALEZ VALADES.

ISRAEL.,IRÀN Y LA BOMBA

Israel considera al gobierno teocrático de Irán como su principal amenaza estratégica. Algunos expertos israelíes consideran incluso que representa una amenaza existencial. Los israelíes, ocupados aún con las secuelas de la guerra contra la organización terrorista Hezbola, precisamente un instrumento de Teherán en la frontera con Israel, vemos con no poca preocupación, cómo Teherán ha reanudado el envío de armas, así como de los dólares con los que Hezbola gana al gobierno la carrera para servir al pueblo libanés en la reconstrucción de la miseria que trajo a su pueblo. Irán ya no oculta su apoyo a los terroristas de Hezbola, como lo demuestra la visita a Beirut del vicepresidente iraní, con la bolsa llena de regalos para todo el pueblo libanés, pero sobre todo para Hezbolá. Irán, considera el profesor David Menashri, Director del Centro de Estudios iraníes de la Universidad de Tel Aviv, tiene intereses muy especiales en el Líbano, sobre todo el objetivo de mantener la avanzada estratégica que construyó en el sur de este país para Hezbola, mientras se ocupaba de proporcionarle armamento sofisticado por valor de miles de millones de dólares y entrenamiento militar. Mientras Teherán se enorgullece de su apoyo a Hezbola los dirigentes de esta organización reconocen la autoridad espiritual del Líder Supremo iraní, el ayatola Alí Hamenei.El jueves 31 vence el plazo concedido a Irán por el Consejo de Seguridad de la ONU para interrumpir su programa de enriquecimiento de uranio, que le permitirá adquirir la capacidad de producir armas de destrucción masiva. Un cada vez más desafiante régimen prosigue, impertérrito, su carrera armamentista nuclear. La diplomacia internacional ha alcanzado un punto tan bajo que ya los iraníes la hacen objeto de burlas, declaró recientemente el viceprimer ministro de Israel, Premio Nobel de la Paz, Shimon Peres, al periódico alemán Die Welt. Esto, de hecho, viene sucediendo desde hace años, desde el momento mismo en que su programa secreto de enriquecimiento nuclear fue descubierto. Peres acaba de advertir asimismo sobre la posibilidad de que Irán transfiera capacidad nuclear a grupos terroristas islámicos fundamentalistas, para llevar adelante su particular guerra de civilizaciones contra la cultura y tradiciones occidentales, por lo que constituye una amenaza global.La burla de los ayatolas superó nuevas cotas con la ambigua y escurridiza respuesta del gobierno de Irán con la que rechazó la exigencia del Consejo de Seguridad de suspender su programa de enriquecimiento de uranio y adoptar medidas transparentes que aseguren que su programa nuclear persigue fines pacíficos. Teherán rechaza la suspensión como condición previa ofreciendo una nueva fórmula mientras expresa su disposición a iniciar serias negociaciones sobre el paquete de cambiar incentivos económicos por la cancelación del programa de enriquecimiento de uranio, Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China. Pocos son los que dudan aún que el régimen iraní no tiene intención de suspender su programa nuclear con fines pacíficos y que se trata de una maniobra más, nada sorpresiva, en su afán de ganar tiempo mientras continúa su carrera armamentista nuclear. Y, como si el enriquecimiento de uranio no fuera suficiente para lograr su objetivo de fabricar bombas nucleares, Irán inauguró, el sábado pasado, a cinco días de que expire el ultimátum, en provocativo gesto, un reactor de agua pesada, que según los expertos, es de mayor utilidad para la fabricación de armamento que para uso civil, dado que puede producir plutonio. Para más, este paso es acompañado de una demostración de fuerza mediante masivas maniobras militares, en cuyo marco se exhibieron misiles tierra-tierra de largo alcance, así como misiles disparados desde submarinos. Un nada velado mensaje, según analistas, de su capacidad de trastornar vitales líneas de abastecimiento del petróleo proveniente de los países del Golfo si las potencias occidentales presionan más de la cuenta. No faltan los que consideran, como Edward Luttwak, experto del Centro de Estudios Estratégicos e internacionales de Washington, que en lugar de esperar de forma pasiva las sanciones, los ayatolas han decidido provocar una crisis en Oriente Medio, organizando ataques contra Israel. El ataque a Israel borra todas las divisiones entre musulmanes y cosecha la gratitud árabe por la ayuda iraní ¿Diplomacia o sanciones?. ¿Negociaciones o castigo?. El gobierno de Irán actúa en el convencimiento de que Washington, profundamente complicada en el fango iraquí, no se atreverá a embarcarse en otra aventura armada en Oriente Medio. ¿Y el Consejo de Seguridad? Aún en el caso de que se logre un acuerdo, no podrán imponerse sanciones significativas como las estipuladas en el Capítulo 7 de la Carta de la ONU. ¿Podrá mantenerse la frágil coalición (EEUU, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y China) que trata de convencer a Irán de renunciar a sus aspiraciones nucleares? Difícilmente pueda EEUU convencer a la coalición, como quisiera, de utilizar el garrote contra Irán, a juzgar por la reacción de potencias como Rusia y China, cuyo derecho al veto en el Consejo de Seguridad impedirá que puedan aplicarse sanciones significativas. Nadie olvida, por lo visto, la advertencia de Irán de elevar el precio del petróleo a más de cien dólares el barril, en caso de que se apliquen las ilegales sanciones con que la comunidad internacional le amenaza. En opinión de diplomáticos en la ONU las sanciones que podrían ser aprobadas por consenso, serán inefectivas. Según Menashri, el tradicional sistema de negociaciones de Irán de dividir y conquistar que utiliza desde 2500 años atrás, le ha servido para embaucar nuevamente al Occidente. El creciente radicalismo del régimen de los ayatolas viene creando una cada vez más peligrosa situación de inestabilidad en Oriente Medio. Ha llegado el momento de enfrentar la realidad. Pero en la situación actual, mientras no se produzca una reacción internacional efectiva, no cabe otra cosa que esperar que Teherán persista en su desafío a una débil comunidad internacional carente de la voluntad política necesaria para frenar a su fanático régimen teocrático. Irán ya no puede ocultar su determinación de continuar con sus planes nucleares, apuntalar su presencia en la región y transformarse en la potencia dominante, instrumentalizando organizaciones terroristas como Hezbola (a la que ha proclamado la auténtica vencedora en su conflicto con Israel) y Hamás, e influyendo sobre los chiítas radicales de Irak (país considerado por Teherán como su patio trasero) así como otros grupos terroristas. Además, por supuesto, de intentar fortalecer la influencia de la minoría chiíta frente a la mayoría sunita en el mundo islámico. El régimen iraní, obsesionado por la política de EEUU y su influencia y hegemonía en Oriente Medio y por la presencia de Israel, utilizada por los ayatolas para galvanizar a sus seguidores en la región, se propone lograr la hegemonía en su esfera de influencia, las comunidades chiítas en los países árabes, sino ampliarla al máximo. De salirse con la suya, la estabilidad en nuestra región podría sufrir un daño inmensurable.Algo que evidentemente quita el sueño a los israelíes. Una y otra vez Hajmadineyad reitera que Israel debe ser borrado del mapa. El diputado laborista y ex ministro Efraim Sne, considera que Israel debe prepararse en el nivel militar mientras el cotidiano Haaretz considera que ha llegado la hora de las sanciones, y que Israel debería recordar a los países amigos la gravedad de la amenaza nuclear iraní. Pero los ayatolas son una pesadilla no solamente para Israel sino para países como Egipto, Jordania, Arabia Saudita, entre otros. Ya hoy, según un estudio del Chatham House, de Londres, Irán es el país más influyente en la zona. El 31 de agosto se ofrece a la comunidad internacional la oportunidad de comenzar a cambiar las cosas.

EL PADRE DEL ASESINO - PILAR RAHOLA

Mi hijo ya ha cumplido los catorce. Como muchos preadolescentes, no tiene ni idea de lo que quiere ser de mayor, pero nosotros, sus padres, sí que lo sabemos: queremos que sea feliz. Después ya llegarán las complicaciones, las dificultades para acometer los hitos más lejanos, los más altos sueños… Y allí estaremos, allí, en la cima de sus éxitos y en el vacío de sus caídas, porqué eso somos, una sólida red de protección que nace del amor que nos tenemos, de la complicidad que sabemos tejer. Somos una familia, y ello es exactamente una familia cuando se ama: una espesa red de sentimientos, ayudas y emociones. Sea como fuere, lo cierto es que, cuando pensamos en el futuro de nuestros hijos, no hay nada que nos cause más dolor que intuir los problemas que padecerán, las desgracias que, quizás, vivirán, los desengaños. ¿puede existir un padre y una madre, en un contexto de vida y de amor, que quiera alguna maldad para su hijo? No lo sé. No sé como son los padres de Sami Salim Mohamed. Quiero creer que son padres palestinos normales, protectores y amantes de sus hijos. Si es así, hoy deben estar llorando la muerte de Sami, a escondidas, porqué la locura integrista islámica exige que los padres expresen alegría por el suicidio de un hijo en un atentado terrorista, considerado un mártir y no un asesino. Sami Salim tenía 17 años, la edad de empezar a enamorarse, de creer que el mundo es un espacio habitable, lleno de horizontes por descubrir, de paraísos por conquistar. 17 años, la edad de los sueños, la de los mitos del fútbol y el deporte, la edad en que todas las chicas son pura poesía. Pero Sami Salim Mohamed no fue educado para la vida, sino para la muerte, no lo fue para la convivencia y el amor, sino para el odio, y así, alimentado por una sociedad enferma que cree que enviar a sus jóvenes a la muerte es voluntad divina, inició, un día terrible, el camino de Tel Aviv. En el puestecito de comida rápida Falafel Rosh Ha´ir, allí donde podía encontrar muchos jóvenes como él para asesinar, se explotó la bomba que llevaba adosada al cuerpo. Previamente, en un video propagandístico para uso de más anulaciones de cerebro, ese chico de 17 años expresaba su alegría por el paso, hacia la muerte, que estaba a punto de hacer. Aún sabía poco sobre la vida, pero ya creía saberlo todo sobre la muerte. Y en su tribuno, se llevó la vida de nueve personas más y decenas de heridos. Nueve personas asesinadas, nueve, con sus ilusiones destruidas, sus proyectos truncados, quizás un médico, quizás un chico que acababa de declararse a su chica, quizás una maestra, quizás…, nueve historias de vida y de amor truncadas de cuajo.¿Es Sami Salim un asesino? Creo, más bien, que es el instrumento demoníaco de una ideología asesina que desprecia a la vida de tal forma, que empieza despreciando la vida de los propios hijos. “Lo que más odio no es que nos matéis a nuestros niños, sino que nos obliguéis a matar a los vuestros”. Décadas después del grito doliente de Golda Meier, poco ha cambiado. Palestina tiene, sin duda alguna, muchos problemas. Pero hay uno que los condiciona todos, que los contamina hasta la medula, hasta la destrucción, hasta la pura nada: es, hoy por hoy, una sociedad profundamente enferma, liderada por fanáticos fundamentalistas que consideran que la vida de sus hijos es carne de bomba, clavos y muerte, y que morir es mejor que vivir. Una sociedad que, en las escuelas de los niños, no cuelga el póster de Harry Potter, sino la cara alegre de un pobre Sami Salim que no llegó a los 18 años porqué le educaron para matarse y matar, es una sociedad agónica y autodestructiva. Puede que tenga un presente caótico y complejo. Pero, liderada por el nihilismo integrista, lo más trágico, lo más terrible, es que no tiene futuro posible.
Pilar Rahola : Revista El Temps

ALAIN FINKIELKRAUT Y EL NUEVO ANTISEMITISMO

Entrevista a Alain Finkielkraut y el Nuevo antisemitismo El filósofo francés Alain Finkielkraut habla en esta entrevista de su nuevo libro Au nom de l´Autre (En nombre del Otro), donde analiza los modos en que se manifiesta hoy el sentimiento antijudío y cuestiona la honestidad intelectual de cierto progresismo.
Hijo único de un marroquinero judío polaco deportado a Auschwitz, Alain Finkielkraut nació en París en 1949. En la actualidad es profesor de la prestigiosa Ecole Polytechnique de París y se lo reconoce como uno de los filósofos más brillantes de su generación. Entre la docena de ensayos que ha publicado se destacan El judío imaginario (1981), La sabiduría del amor (1984), La humanidad perdida (1996) y La derrota del pensamiento (1987). Finkielkraut, discípulo de Hannah Arendt, Lévinas y Kundera, y cofundador, junto a Bernard-Henri Lévy, del Centro de Investigaciones y Estudios Levinasianos, es ante todo un intelectual de la incomodidad, enfrentado con las ideas biempensantes que impregnan el air du temps, y que le valen por estos días una gran animosidad. Hoy, mientras publica junto al filósofo alemán Peter Sltoterdijk Diagnostic sur le temps présent (Diagnóstico sobre el tiempo presente), una mirada crítica sobre nuestra época, Gallimard distribuye el breve ensayo Au nom de l´Autre. Réflexions sur l´antisémitisme qui vient (En nombre del Otro. Reflexiones sobre el antisemitismo que viene). En la entrevista con LA NACION, el polemista francés habla de su ensayo, en donde analiza la ola de actos antisemitas que, desde octubre de 2000, sacude a Francia.Porque su obra aparece en un contexto social e intelectual particularmente violento. Desde el inicio de la Segunda Intifada, en las principales ciudades francesas se han multiplicado los actos antijudíos. Incendios de colegios y sinagogas, agresiones en la vía pública o la imposibilidad de enseñar la Shoá en las escuelas son comentados cotidianamente por los medios galos. La situación se ha agravado a tal punto que el gobierno norteamericano oficializó días atrás su preocupación ante estos ataques, mientras que revistas como Vanity Fair (en su número de Junio de 2003) consagraba un alarmante dossier de 20 páginas a analizar la reaparición del antijudaísmo. Una realidad que tanto el gobierno, movilizado por Jacques Chirac para calmar el fenómeno, como la prensa, enfrentan con visible malestar. Porque esta vez, los autores de las agresiones no son ni cabezas rapadas ni nostálgicos del régimen de Vichy, sino víctimas tradicionales del racismo: jóvenes de origen árabe-musulmán que importan el conflicto palestino-israelí a las calles de París. Un enfrentamiento que también se ha desplazado al campo intelectual, donde la vieja divergencia izquierda-derecha estalla en pedazos. Sea por compasión hacia el sufrimiento del pueblo palestino, sea por defender una tradición política atlantista, pro-árabe, sionista o tercermundista, quienes intervienen en el debate público descubren en sus trincheras aliados o enemigos inesperados. Así, Alain Finkielkraut puede viajar a Suiza con intelectuales progresistas para apoyar la iniciativa de Ginebra para un acuerdo de paz en Medio Oriente, mientras acusa a una parte de la izquierda de encarnar, a través de una ideología humanista, la nueva cara del antisemitismo. --Au nom de l´Autre empieza con la ambigua cita del escritor francés Georges Bernanos: "Hitler deshonró el antisemitismo". Este descrédito habría brindado a los judíos un escudo protector durante los últimos cincuenta años. Al ver hoy la multiplicación de actos antisemitas en Francia, ¿se podría decir que asistimos a una rehabilitación de esta forma de odio? --No estoy seguro. Pienso que el odio hacia los judíos coexiste hoy con el rechazo del antisemitismo y, quizás, en las mismas personas. El antisemititismo deshonrado por Hitler era el odio hacia un pueblo acusado de ser presumido, materialista y codicioso y de vulnerar los grandes valores de las naciones. Era sobre todo un antisemitismo "de competencia", ya que los judíos eran acusados a menudo de ocupar el lugar de los franceses, de instalarse en Francia como parásitos. Este antisemitismo no ha sido rehabilitado, ni bien asoma la punta de su nariz, es inmediatamente condenado por el conjunto de la sociedad. Pero lo que sí detecto es el surgimiento de un antisemitismo "de compasión", compasión hacia esas víctimas que son los palestinos. Este sentimiento se expresa muchas veces bajo la forma de una "judaización" de los palestinos, percibidos como los judíos de hoy. Hoy los judíos son condenados al ostracismo, no en tanto judíos sino en tanto nazis, no por ser considerados miembros de una raza inferior, sino porque son vistos como racistas. El antisemitismo con el que lidiamos apareció en toda su "majestuosidad" teórica y práctica en Durban en 2001, dos días antes de los atentados del World Trade Center. En una conferencia organizada por las Naciones Unidas sobre racismo, xenofobia e intolerancia, pudimos ver a pueblos, organizaciones caritativas y ONG unirse para estigmatizar no sólo a Israel sino el nombre mismo de Israel y acusar a este pueblo, que se cree elegido, de edificar una sociedad de apartheid. Esta es la nueva configuración.Su libro señala una paradoja: el antisemitismo se renueva desde una conciencia europea que se construyó justamente como reacción a su responsabilidad en la Shoah. ¿Cómo explica usted este cambio diametral de situación? --En los años 60 Europa tuvo miedo de volverse amnésica. Se preguntaba qué nos pasaría si olvidábamos a Hitler. No dejaba de repetirse la frase del filósofo norteamericano George Santanaya: "Una civilización que olvida su pasado está condenada a revivirlo". Así que Europa hizo suyo el deber de memoria y se precipitó con las mejores intenciones en el arrepentimiento. Ese deber de memoria funcionó tan bien que Europa no sólo se acuerda de Hitler, sino que parece acordarse únicamente de él. Hitler ocupa, solo, la totalidad de la memoria y ese suceso único que fue la Shoah se convierte en un hecho paradigmático, un patrón a partir del cual se mide toda forma de opresión. Y los judíos, que eran considerados como los grandes beneficiarios de un deber de memoria polarizado en un solo suceso, se han convertido en su víctima. Nos acordamos tan bien de los crímenes de Hitler que a partir de este modelo interpretamos la realidad palestino-israelí. Los israelíes se convierten entonces en los nazis.¿Diría usted que el nuevo antisemitismo es de origen antirracista? Tiene un lenguaje antirracista. No se trata de presentar a los judíos como una raza, sino de presentarlos como racistas, como los peores racistas. Es una situación terrible, ya que los judíos son acusados de lo que ellos mismos consideran lo peor. De algún modo se los insulta dos veces. Primero porque se los aísla en tanto judíos, pero además porque se los tacha de lo que ellos saben es el peor de los crímenes. Si alguien viene a decirle "usted es un judío chupa sangre", es molesto, pero en el fondo no se siente ensuciado por semejante acusación. Si alguien viene y le pega una estrella amarilla, usted simplemente se enfurece; pero si alguien viene y le pega un esvástica, eso... eso es algo que lo enloquece. Y si se defiende, le dicen "¿Por qué habla de antisemitismo? Si usted habla de antisemitismo es porque no tolera ninguna crítica a Ariel Sharon". Algunos medios franceses dicen que usted denuncia el antisemitismo para que no se pueda criticar libremente la política del gobierno israelí. En nombre de la crítica al gobierno israelí, mucha gente, muchos intelectuales y muchos medios callan el ascenso del antisemitismo. Hoy en Francia los judíos sólo pueden poner un pie en la calle si nada de lo que llevan puesto revela que son judíos. Hoy en Francia, el judío se esconde. El Gran Rabino de Francia, como muchas autoridades intermedias, piden a los alumnos de los colegios religiosos judíos que no caminen por la calle ni usen el transporte público con la kipá. Les piden que usen una gorra de béisbol --tienen que respetar el mandamiento de no ir con la cabeza descubierta-- para que se mezclen con la multitud. Agrego que no solamente la crítica del gobierno israelí es legítima, sino que yo mismo la practico. Desde hace tres años Sharon no ha tenido la voluntad de tomar una sola iniciativa unilateral, aunque más no sea para demostrar algo de coraje. En cambio dejó creer que el único coraje posible era el militar. A veces, el coraje es político y otras puede ir en contra de la réplica marcial a los actos terroristas. Esta postura me da cierta libertad para decir muy solemnemente que si bien es cierto que la crítica a Sharon es legítima, es también cierto que puede haber una crítica antisemita a Sharon. Hacer de Sharon un nazi es, desde mi punto de vista, la forma contemporánea del antisemitismo.¿ Ha notado últimamente que el debate de ideas en Francia se ha vuelto más violento? Sí, por supuesto, es lo que demuestra el affaire Tariq Ramadan. Este pensador musulmán nacido en Suiza, conocido por sus posiciones religiosas muy radicales, publicó un texto en el sitio web del Foro Social Europeo, donde hacía una lista de intelectuales judíos a los que acusaba de estar al servicio de la propaganda de Israel. Pero, primera sorpresa, lo que une a estos intelectuales es que cada uno de ellos está enamorado de lo universal, luchan en todos los frentes: Ruanda, Chechenia, Bosnia... Bernard Henri-Lévy, André Glucksmann o Bernard Kouchner, entre otros, se vieron reducidos a su identidad judía. La segunda sorpresa es que, si uno cree lo que dice Tariq Ramadan, todos ellos piensan igual. Sin embargo, Bernard Henri-Lévy criticó con dureza la guerra contra Irak, que apoyó con la misma energía André Glucksmann. Hay aquí una amalgama completamente falsa, a la que se agrega la visión de una política mundial dirigida por los judíos. Habría una maquinación: los norteamericanos son evidentemente los culpables pero ¿quién mueve los hilos? Los judíos. Vi a la mayoría de las grandes figuras francesas del altermundialismo [N. de la R.: palabra que empieza a utilizarse en Europa en reemplazo de antimundialización, para evitar la connotación negativa de esta última] apoyar a Tariq Ramadan y recibirlo como a un héroe en el Foro Social Europeo. José Bové, célebre vocero de la Confederación Campesina, lo abrazó, y un cierto número de intelectuales y de militantes retomaron su lista dando los nombres y diciendo que tenía razón. Ahí llegamos al colmo de la brutalidad, porque se trata ni más ni menos que de un linchamiento, además de un linchamiento con buena conciencia.¿Cómo explica esta alianza, a priori contra natura, entre religiosos fundamentalistas y una izquierda libertaria anticlerical?El antisemitismo francés procedía de un nacionalismo exacerbado, el antisemitismo último modelo florece en un clima local de odio hacia Francia. Muchos neoizquierdistas perciben la política internacional nuevamente como una guerra civil, una lucha de clases. Reducen la complejidad del mundo a una mera oposición entre dominantes y dominados. Cuando la religión sirve para dominar, es el opio del pueblo; cuando la religión mantiene la rebelión se puede, al menos parcialmente, formar una alianza con ella.El diario británico The Financial Times reveló días atrás que El Observatorio de la Unión Europea para los Fenómenos Racistas y Antisemitas (EUMC) no quiso divulgar un informe encargado por esta institución, porque en sus conclusiones aparecía una implicación frecuente de grupos musulmanes y propalestinos en los actos antisemitas.Eso es muy revelador. La Europa del arrepentimiento, la Europa del deber de memoria, adiestrada para la autocrítica perpetua contra su propio antisemitismo, frente al antisemitismo de las víctimas potenciales del racismo, pierde toda continencia y se muestra completamente indefensa. Sabe castigar su propia culpa pero no sabe designar a sus enemigos. Europa, que piensa que es el vientre todavía fecundo de donde surgió la bestia inmunda, no tiene los recursos morales ni el amor propio para reconocer que tiene enemigos. Y después puede haber un motivo más trivial: Europa tiene miedo de sus comunidades árabe-musulmanas. La integración fracasa: tenemos pruebas más que abundantes. Europa no quiere hacer nada que pueda hacer enojar a la comunidad árabe-musulmana. Imagine usted lo que habría pasado en Francia si Jacques Chirac hubiese adoptado, en la guerra con Irak, la posición no de Inglaterra, sino de España... La violencia hubiera sido terrible, hubiese habido pogroms, muchos más incendios, y eso todos los políticos franceses lo saben y nadie se anima a decirlo. No sabemos qué hacer. Europa está paralizada por la culpa y por el miedo: la culpa le dicta no hacer nada que pueda alimentar el racismo que no cesa de incubar en su seno, el miedo le dicta no hacer nada que pueda ensanchar la zanja con la comunidad musulmana. La culpabilidad sumada al miedo conduce a esconder ese informe bajo la alfombra. Por Alejo Schapire Para LA NACION - PARÍS, 2003 )

EL ANTIJUDAÍSMO BÁSICO DE LOS ESPAÑOLES POR AMANDO DE MIGUEL

No me voy a referir al antijudaísmo en la Historia española, asunto que ha sido tratado de forma abundante y documentada. Hay un asunto menos académico y más preocupante, el grado tan alto de antijudaísmo que se detecta actualmente en la opinión pública de los españoles. Es preocupante por lo que tiene de injustificado, de potencialmente conflictivo y porque revela una tacha de subdesarrollo político o social que por lo menos resulta sorprendente. No queda claro qué fuerzas políticas han cultivado ese antijudaísmo básico de la actual población española.
Hablo de antijudaísmo básico porque no se corresponde con la existencia de declaraciones expresas por parte de los partidos políticos parlamentarios. Es una actitud difusa, no activa, pero suficientemente fuerte y decidida. Lo más probable es que tenga que ver poco con el antijudaísmo histórico y más con circunstancias de la sociedad actual. La animadversión de la opinión pública española respecto a Israel tampoco es de hoy: lleva incubándose durante la última generación. Casualmente es el lapso que corresponde a la experiencia democrática en España.
En una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de 1983 se presenta a los entrevistados una lista de 16 países. Predominan los que ostentan un grado razonable de desarrollo. Se trata de calibrar si los sentimientos hacia cada uno de esos países son favorables o desfavorables. Debe advertirse que alrededor de la cuarta parte de los entrevistados no contestan, proporción que no debe sorprender. Los países más simpáticos son Italia, Alemania y México, por ese orden. Los más antipáticos (por ese orden), Marruecos, la URSS, el Reino Unido, Israel y Estados Unidos. Es decir, Israel aparece en el 13º lugar de simpatía entre los 16 países. Curiosamente, los países que formaron el Eje durante la II Guerra Mundial aparecen con una calificación muy favorable, mientras que casi todos los aliados de esa guerra son antipáticos. Diríase que no ha pasado el tiempo desde la época de Franco. Téngase en cuenta que hasta 1985 España no mantuvo relaciones normales con Israel. Es una cuestión que, por aquel entonces, dejaba más bien indiferente a la opinión pública. Se trataba realmente de un absurdo residuo histórico.
En 1990 se repite la pregunta con 30 países, muchos subdesarrollados. El porcentaje que tiene opinión es un poco mayor. Pues bien, Israel aparece ahora todavía más bajo, en penúltimo lugar, junto a Angola. Solo Irán se muestra con una opinión menos favorable. Los más simpáticos son Italia, Portugal y Alemania. De nuevo, los amigos de Franco durante la II Guerra Mundial.
Las preguntas sobre simpatía o antipatía de los países son muy difíciles de comparar; todo depende del número y tipo de países que se introduzcan en la escala. Una encuesta de 2001 (CIS) presenta una lista de ocho países para ver el grado de simpatía en una escala de 0 a 10. Destacan como más simpáticos Alemania (5,6) y Francia (5,6). Los más antipáticos: Israel (2,8), Iraq (2,6) y Afganistán (2,5).
La misma pregunta se repite en 2002, pero aplicada ahora a 13 países o zonas del mundo. La mayor simpatía se dirige a los países de la Unión Europea (7,2) y Latinoamérica (6,6). Israel aparece el último, junto a los países del Golfo Pérsico (4,2). Una encuesta del Real Instituto Elcano de junio de 2004 plantea una pregunta similar con una lista de 17 países. Los resultados son muy parecidos a los de los sondeos previos del CIS. Los dos países mejor valorados son Alemania y Francia. Los peor valorados: Irán e Israel.
Obsérvese que, en todos los casos, a lo largo de un dilatado periodo, la opinión sobre Israel, baja como estaba hace una generación, ha ido descendiendo todavía más hasta situarse en la cola. En la imagen de los españoles Israel aparece junto a la de los países dictatoriales y subdesarrollados. No parece contar mucho el hecho objetivo de que Israel es el país más moderno y democrático del Oriente Próximo o del Mediterráneo oriental. Un juicio más exigente diría que Israel es el único país moderno y democrático de la amplia región que lo circunda. Durante la primera guerra de Irak (Kuwait), en 1991, una encuesta del CIS plantea la cuestión de qué pasaría "si Israel decide entrar activamente en el conflicto". El 48% opina que empezaría una guerra mundial. Solo el 22% niega esa posibilidad, y el resto se abstiene. Recuérdese que en ese momento España participó en el conflicto, modestamente, del lado de los aliados. Estaba en el Gobierno el Partido Socialista y no hubo una notable protesta social respecto a la participación en una guerra.
Respecto al conflicto entre Israel y los países árabes limítrofes, una encuesta del CIS de 1991 plantea la opinión de "quién mantiene una postura más intransigente". Destaca muy por delante Israel (57%), seguido muy de lejos por Siria (16%) y Palestina (15%). El 20% asigna la culpa a "todos por igual".
Una pregunta parecida, en una encuesta de 2000, arroja resultados muy diferentes. Ahora el 46% dice que "los responsables son los dos bandos", pero el 19% "los israelíes" y el 8% "los palestinos".
De nuevo se hace la pregunta en 2002. El 33% señala "los dos", el 26% "los israelíes" y el 4% "los palestinos". Es evidente que, a lo largo de los años, la mayor parte de los españoles ha percibido el conflicto árabe-israelí como provocado por los israelíes. Seguramente cuenta también la actitud negativa hacia los Estados Unidos, que, como es sabido, apoyan a Israel.
Todavía el Estado de Israel puede suscitar una actitud moderadamente benevolente por parte de la opinión pública española. Pero el prejuicio es mucho más negativo cuando se habla de "los judíos". Una encuesta del CIS de 1990 plantea una lista de seis etnias para ver el grado de simpatía o antipatía. La verdad es que la mayor parte de los consultados se abstienen de señalar uno u otro polo. La abstención es máxima en el caso de los judíos (81% no contestan o no se adscriben a uno u otro polo). Los más antipáticos son los gitanos y los árabes, pero seguidos de los negros de África y los judíos.
La Anti-Defamation League (ADL), de Nueva York, realiza una encuesta en cinco países (octubre 2002) sobre las actitudes hacia los judíos. Los países son: Suiza, España, Holanda, Italia y Austria. Son once enunciados antijudíos (la encuesta los denomina antisemíticos). En casi todos los enunciados, los españoles son los más antijudíos y los holandeses los que menos. Los resultados generales son los que siguen:
Escala antisemítica % media (no ponderada) de los cinco países % de España
- los judíos forman una piña más que el resto del país 63 64
- los judíos [de cada país] son más leales a Israel que a su país 56 72
- los judíos tienen demasiado poder en los mercados financieros internacionales 40 71
- los judíos tienen demasiado poder en el mundo de los negocios 40 63
- los judíos siempre quieren estar al frente de todo 29 38
- a los judíos les tiene sin cuidado lo que le pasa a la gente, excepto a los suyos 29 34
- los judíos están dispuestos a utilizar prácticas dudosas para conseguir lo que quieren 25 33
- los empresarios judíos son tan odiosos que no dejan competir a los demás en pie de igualdad 18 28
- los judíos tienen muchos defectos lamentables 16 32
- es falso que los empresarios judíos sean tan honrados como los demás 11 16
- los judíos tienen demasiado poder en nuestro país 9 12
Como puede verse, la escala contiene enunciados de muy diferente intensidad emotiva y, por tanto, el prejuicio antijudío no se puede decir que sea dominante en todas las facetas. Más bien resulta minoritario. Ahora bien, en todos los casos, el prejuicio antijudío de los españoles destaca muy por encima de la media (no ponderada) de los cinco países. La diferencia resulta extraordinaria en el caso de "los judíos tienen muchos defectos lamentables". Solo el 16% del conjunto de los cinco países apoya ese enunciado, pero el 32% para España. También es muy relevante la diferencia en la creencia de que "los judíos tienen demasiado poder en los mercados financieros internacionales". Lo apoya el 40% del conjunto, pero el 71% de los españoles. De acuerdo con lo que se sabe sobre el prejuicio étnico, en esa encuesta se demuestra que, en todos los países, las personas de más edad o con menos estudios son las más antijudías.
Una escala parecida de antisemitismo se aplicó en 2002 en diez países europeos. En todos los enunciados, España dio el nivel más alto de prejuicio.
Es un lugar común la observación de que el prejuicio étnico (antijudío o de otro tipo) se explica sobre todo por el factor educativo. Sencillamente, las personas menos instruidas son las que más prejuicios tienen (étnicos, religiosos, etcétera). El prejuicio no es más que un sentimiento irracional de temor o de recelo respecto a lo que es diferente de uno. La asociación con el nivel educativo es obvia, pero no solo porque con más información, menos recelo a las diferencias. La persona instruida sabe que no debe manifestar sus prejuicios. Digamos que no son socialmente bien vistos o, como se dice ahora, políticamente correctos. Eso quiere decir que el nivel real del prejuicio seguramente es más alto que el que miden las encuestas. Lo que pasa es que se trata de un error constante; por tanto, no interfiere mucho en las comparaciones que se hagan a lo largo del tiempo o entre países.
La encuesta comparada de la ADL contiene otros datos de interés. Ante la pregunta de si se sienten o no preocupados con los recientes episodios de violencia contra los judíos [en Europa], la proporción de "muy preocupados" es baja en todos los países. Oscila entre el 21% para Italia y el 13% para Holanda y España.
Respecto a la posibilidad de que se incremente el sentimiento antijudío en cada país durante los próximos años, las proporciones varían mucho:
Países %
Suiza
Holanda
Italia
Austria
España 52
49
43
39
35
De nuevo, España aparece en último lugar. La insensibilidad ante la gravedad de los atentados antijudíos en Europa (ciertamente mínimos en España) es otra manifestación del antijudaísmo básico. Por fortuna, ningún partido político parlamentario acoge en España las ideas racistas o xenófobas. Por eso me refiero a un antijudaísmo básico. En los medios de comunicación españoles sobresale una constante muy curiosa. Aunque es unánime la aceptación del sistema democrático, algunos dictadores o líderes autoritarios reciben un tratamiento condescendiente, permisivo, cuando no de manifiesta simpatía. Es el caso de Arafat, Castro, Chávez, como en su día fue Perón, Torrijos y en general los caudillos iberoamericanos. Digamos que ese prejuicio favorable se contrapone a la hostilidad latente que representa la imagen que se tiene de Israel, un país democrático.
Aparte del antijudaísmo básico, está latente la actitud más bien antinorteamericana que existe en la sociedad española. Quizá se asocie ese país con la economía de mercado (el capitalismo), más aún la economía financiera, que produce un cierto rechazo en la mentalidad de los españoles. El antijudaísmo básico de la sociedad española no es de tipo religioso; la prueba es que es compatible con un difuso prejuicio contra la Iglesia Católica. Lo curioso es que la combinación de prejuicios contra los judíos, el capitalismo, los Estados Unidos y la Iglesia Católica es la típica que un día distinguió a los nazis. Muchos españoles cultos o de izquierdas se rebelarían contra esa asociación, pero responde a la realidad.
Tradicionalmente, el antijudaísmo era un rasgo de la derecha, de las clases conservadoras, quizá por aquel argumento tan peregrino de que "los judíos mataron a Jesucristo". La realidad es que Jesucristo y todos sus seguidores eran judíos, pero esa realidad no cuenta para el prejuicio. De todas formas, la situación actual es otra. El antijudaísmo básico es hoy más bien de izquierdas. La razón religiosa no cuenta. El asunto es esencialmente político. Se asocia a los judíos con el poder hegemónico de los Estados Unidos, sin pararse a pensar mucho en los muchos episodios de discriminación que los judíos han podido padecer en esa sociedad.
La penetración del antijudaísmo en España se revela principalmente a través de los medios de comunicación. Es ahí donde destaca más un odio latente contra los judíos, el capitalismo, los Estados Unidos y la Iglesia Católica. Lo curioso es que esos prejuicios no se manifiestan a través de medios que podríamos llamar sensacionalistas, sino en los que pasan por ser "de referencia". Se quiere decir así, los que presumen de un alto prestigio intelectual. Lo sorprendente es que los periodistas, comunicadores y artistas que manifiestan esa combinación de prejuicios tachan de "fachas" (despectivo de fascista) a sus oponentes. El prejuicio antijudaico se entiende mejor con el complemento de otra actitud básica poco justificada: la admiración por los árabes, los musulmanes. Normalmente, en la prensa los terroristas islámicos son considerados como insurgentes, resistentes, guerrilleros, independentistas, señores de la guerra. El mundo del prejuicio, por irracional, está lleno de paradojas.
La corriente del prejuicio se nutre de tres fuentes: la ignorancia, el temor a la diferencia y el resentimiento. El ignorante rellena con estereotipos (la sabiduría popular) los huecos de lo que desconoce. Se teme a la persona que no es como uno porque puede ser un hipotético agresor o simplemente alguien a quien no se le entiende. Ese extraño o lejano puede inspirar resentimiento, una especie de envidia rencorosa, cuando se le ve con poder o cualquier otra forma de preeminencia. Quizá el prejuicio contra los judíos beba de esas tres fuentes.
Seguramente los más prejuiciados son quienes no han tratado nunca con un judío. Al ser en España una fracción muy reducida, los judíos aparecen distantes y diferentes, con prácticas que pueden parecer pintorescas o exóticas. Podría citarse la circuncisión, la lengua hebrea, la vestimenta de los judíos ortodoxos que se ven a través de la televisión. Lo más claro es el resentimiento hacia personas que, por lo general, son eminentes en el mundo de los negocios, las profesiones, la ciencia, los medios de comunicación. En esos casos la creencia que aparece como prejuicio es la de suponer que "los judíos tienen demasiado poder". El resentimiento se eleva al cuadrado cuando se asocian los judíos, a través de Israel, con los Estados Unidos. Para muchos españoles los norteamericanos son pueriles, incultos, prepotentes. Se introduce ahí la teoría conspiratorial. El prejuicio se alimenta de la creencia en una especie de misteriosa entidad que controla en la sombra el poder de los Estados Unidos. Es el misterioso lobby judío.
Sería fácil argumentar que los prejuicios se apoyan en hechos falsos, sesgados, por lo que todo es irreal, no debería existir. Pero existe. Las percepciones irreales son reales en sus consecuencias para quienes las mantienen. El prejuicio es una expresión de la irracionalidad humana y, por eso mismo, se muestra obstinadamente duradero. Lo peor del prejuicio es que, cuando se acumula el resentimiento colectivo, puede saltar la chispa de la violencia. Entonces muchos parecen sorprenderse de lo que parecen sucesos inexplicables, incluso "provocados" por los judíos prepotentes. Al llegar a ese punto, el prejuicio necesita apoyarse en el curioso razonamiento de que "la víctima tiene la culpa". Es la apoteosis de la irracionalidad. Desgraciadamente, lo irracional es también real.

EL INTEGRISMO ISLÀMICO.FORMAS ACTUALES POR SERAFÍN FANJUL

unos y otros. Cuando formulamos esta pregunta se produce un silencio y sólo se oyen balbuceos de obviedades, como la mayor o menor exageración de unos y otros en sus actitudes. Pero si -como dicen en mi tierra- encalcamos y pedimos detalles sobre puntos concretos, el silencio se hace eterno: la apostasía (irtidad), las relaciones entre hombre y mujer o la desigualdad entre creyentes y no creyentes -por no extendernos más- son cuestiones que quedan flotando y sin respuesta.
Pero lo verdaderamente grave no es la ignorancia de nuestros "expertos", sino la inexistencia de criterios divergentes entre unos y oCon estas líneas sólo pretendemos proporcionar información y ayudar a comprender el momento presente, que tanta relación guarda no sólo con momentos del pasado sino con las constantes sociales mantenidas en una determinada sociedad, en este caso la islámica.
A raíz de los procesos de descolonización del siglo XX, y de la sensación generalizada de fracaso histórico de los europeos como colofón de la Segunda Guerra Mundial, se ha desarrollado en Occidente un revisionismo -no meramente inmisericorde e hiperautocrítico hasta el ridículo- que ha concentrado sus condenas en el desmontaje minucioso y absoluto, mediante el descrédito, de todo nuestro sistema de valores. La autocrítica constituye una buena vía para la superación y la evitación de errores antiguos, pero cuando se limita a vaciar de contenido moral a nuestras sociedades, desconociendo o triturando cuanto son y valen, el efecto real que se produce es la cesión gratuita de inmensos espacios de la vida y el imaginario humanos, que corren a ocupar de modo automático otros sistemas de valores cuya superioridad está por demostrar.
Creo no descubrir nada sorprendente si señalo que ésa es la situación actual entre nosotros respecto al islam, y, por lo tanto, parece más que necesario un reequilibrio realista, bueno para todos (españoles y árabes, cristianos y musulmanes), en la medida en que devolvemos su lugar a los acontecimientos y prescindimos de la imagen, porque ésta ha conseguido prevalecer sobre la realidad y constituir otra, virtual, que termina desplazando en los pensamientos y actuaciones humanos a la verdad de los hechos. Es la técnica básica de toda publicidad: se repite cientos o miles de veces un lema cualquiera, una idea fuerza o una sugerencia, por descabellada que sea, y ésta anida en la conciencia colectiva y crea su propia "verdad": así es porque así se dice. Tristísimos ejemplos recientes en la sociedad española me eximen de insistir más en este punto.
A la pregunta "¿Qué entendemos por islam?" es preciso responder que se trata de un sistema de creencias, en general elementales, asociado inextricablemente con una forma de vida generada a partir del Corán y de tradiciones orales del mismo Mahoma, anécdotas cuya autenticidad se fijó dos o tres siglos después de la muerte del Profeta, con las oscilaciones, interpolaciones y fiabilidad consiguientes que se puede imaginar. Solamente Al-Bujari llegó a recopilar medio millón de estas historietas, de las cuales admitió como auténticas unas dos mil. A estas alturas ya es indiferente que esos dos mil hadices sean o no verdaderos (por otra parte, no hay forma de probar, o no, su veracidad); lo decisivo es que conforman, junto con el Corán, todo el corpus legal, consuetudinario, moral e ideológico de la xari’a, que no es un código compilado sino un conjunto de normas aceptadas e interpretadas por los muftíes, los jurisconsultos que emiten las fetuas.
El islam es din wa-dawla, religión y Estado a un mismo tiempo, y ese es el modelo que buscan e intentan imponer los grupos islamistas, quienes rechazan cualquier atisbo de libertad del ser humano (en especial como ente autónomo y libre, con independencia de su pertenencia a un determinado grupo) y por tanto su capacidad para generar formas políticas ajenas a la revelación divina del Corán. En concreto, la democracia sufre de la condena y el rechazo del islamismo por no someterse a la voluntad divina y funcionar de manera independiente, sin someterse. De nuevo recordamos que Islam en árabe significa "sumisión". En el fondo, esta obligatoriedad de adscripción formal y moral del individuo a un grupo para poder ser tomado siquiera en consideración y tenido como sujeto de derecho y de derechos se remonta a la ideología y los hábitos de relación de las tribus preislámicas y a las necesidades de dirección y control de la comunidad musulmana por parte de Mahoma mientras vivió, ideología calcada y difundida por sus sucesores, los califas.
El individuo no cuenta como tal sino como miembro de una comunidad, y ésta es la que interesa, la que decide y sobrevive imponiéndose. La supuesta "tolerancia" (palabra y concepto ya de por sí discutibles: alguien que está por encima "tolera" a alguien que está por debajo) del islam con otras confesiones se impone mediante acuerdo o por la fuerza, pero con todo el grupo. Así fue históricamente y así se pretende continuar haciendo: "Los términos del pacto reconocían a estas comunidades cierta posición, una vez que ellos hubieran reconocido de manera inequívoca la primacía del islam y la superioridad de los musulmanes" (Bernard Lewis). El Muqtabis de Ibn Hayyan refiere sobre el reinado glorioso de Abderrahman III: "Ahorrándonos en sus claros senderos la fatiga de pensar, disponiendo el gobierno de la comunidad y juntando la felicidad inmediata con la ulterior salvación (…) obligados a residir cerca del califa, para que la gente fuera una sola nación, obediente, tranquila, sometida y no soberana, gobernada y no gobernante". Etcétera.
Por interés práctico nos vemos precisados a admitir el criterio de tolerancia, pues la alternativa es todavía peor y la relatividad se alza como la primera de sus características. Tiene razón B. Lewis cuando afirma: "Si comparamos el mundo musulmán de época medieval con las castas de la India al este o con el atrincheramiento del privilegio aristocrático en la Europa cristiana al oeste, el islam aparece efectivamente como una religión igualitaria" (dentro del mismo grupo, claro, no respecto a los demás súbditos), porque una frase muy repetida describe a los musulmanes como una comunidad aparte del resto de la humanidad (umma duna an-nas), lo cual conduce de modo inexorable a una división del género humano en dar al islam (casa del islam) y dar al-harb (casa de la guerra). La una es inviolable y no debe someterse a influjo ni presencia ajena de ningún tipo, y la otra es susceptible de acciones de cualquier clase a fin de someterla. Los acontecimientos del 11 de Setiembre en Nueva York y los del 11 de Marzo en Madrid constituyen un buen ejemplo de esta manera de entender las relaciones humanas.
El Corán, pese a ser la norma básica, no resuelve el problema de la intolerancia, pues en unos pasajes sugiere -o se interpreta así- indicaciones tolerantes (II,62; IX,6) y en otros afirma una intolerancia radical y absoluta, lo cual da pie para que el musulmán medio, no sólo los extremistas, apliquen unas formas de presión y segregación con los no musulmanes que nada tienen de tolerantes. De ahí las conversiones por interés económico y social (huir de las vejaciones a que se hallaban sometidos) que tanto facilitaron la difusión del islam.
En la actualidad, en los medios de comunicación y en la fraseología de los políticos se ha incrustado una obviedad cuyos fundamentos históricos o de la realidad presente nunca se explicita. Me refiero a la perogrullesca afirmación de que "no es lo mismo un islamista extremista que otro moderado (o musulmán a secas)". Sin embargo, aparte del evidente recurso, o no, a la violencia, nadie explica cuáles son las notas definitorias y diferenciadoras entre tros musulmanes en esos y en otros aspectos cruciales: prohibición de matrimonios mixtos; prueba de un dimmi inválida ante un tribunal musulmán; menor valor del sometido en indemnizaciones (o venganzas de sangre); insultos como "mono", "cerdo", "perro" dirigidos a no creyentes que se hicieron convencionales; prohibición de usar nombres musulmanes para quienes no lo sean; consideración de impureza por estar en contacto físico con no musulmanes, con sus ropas o utensilios (según Jomeini, once cosas contaminan, entre otras: orina, heces, vino, perro, cerdo, no creyente y mujer); discriminaciones vestimentarias en una sociedad en que el traje reviste un fuerte significado simbólico, aun, y así debe entenderse, la prohibición de que las mujeres no musulmanas llevaran velo (categoría social y moral reservada a las creyentes), lo cual encaja a la perfección con la obligatoriedad de que lo porten las musulmanas; el dimmi no puede ni debe defenderse de cuantas vejaciones le inflijan los musulmanes…
En el momento presente, cuando se habla de conflicto entre islam y Occidente se está aludiendo a una pugna de raíz religiosa, incluso al circunscribirlo a los árabes: en tal pleito nadie se acuerda de los árabes cristianos, cuyo choque con Occidente es más que dudoso y sobre los cuales ha caído un espeso velo de silencio. El conflicto, de existir, es entre un Occidente, paradójicamente, cada vez más descristianizado por consunción interna y los árabes musulmanes, cuyo predominio e imposición es aplastante en sus propios países sobre las minorías cristianas. No obstante, parece excesiva la afirmación de Huntington de que "la cultura islámica explica en gran medida la incapacidad de la democracia para abrirse paso en buena parte del mundo musulmán".
Como veremos, el islam, efectivamente, en sus versiones ultraintegristas -por ahora en auge-, ha significado no ya un freno, sino un retroceso brutal en las tímidas y débiles democracias formales establecidas a lo largo del siglo XX en el mundo islámico, pero traducir de ello una imposibilidad radical y absoluta de evolución y cambio equivale a excluir del género humano por motivos culturales a una quinta parte de su población, si bien podemos aceptar que unas culturas favorecen más que otras el desarrollo de la libertad y, por tanto, de las formas políticas subsecuentes.
Y en nuestra opinión tampoco es aceptable en este punto la posición de Oriana Fallaci, que en el "contraste-entre-las-dos-culturas" (sic) enumera una antología de los méritos de la nuestra en tanto reduce a una mínima expresión los de la islámica (Averroes, Omar Jayyam y la Alhambra). Creemos que no se debe plantear la cuestión en esos términos porque cada cultura ha producido sus propios resultados, acordes con sus necesidades y expectativas. Más bien la discusión debería centrarse en la capacidad -o no- de evolución, sobre las bases ideológicas de una civilización y sobre los mecanismos socioculturales que la permiten o la imposibilitan. Porque, como señala B. Lewis, es intelectualmente deshonesto comparar lo peor de una civilización con lo mejor de otra.
Pero Huntington no se circunscribe en tal criterio a los musulmanes y lo aplica igualmente a los países ortodoxos del ex bloque comunista, mientras considera que "los que cuentan con herencias cristianas occidentales están progresando hacia el desarrollo económico y una política democrática". "Las perspectivas de avance político y económico en los países ortodoxos son inciertas -añade-; en las repúblicas musulmanas dichas perspectivas no son nada prometedoras". Lo que sí recoge y documenta bien es el rearme religioso de todos esos países (en 1994 un 30 % de rusos se declaraba creyente, y en Asia Central se pasó de 160 a 10.000 mezquitas), de manera que la "civilización ortodoxa" (si tal cosa existe independiente) y la islámica han reasumido el papel preponderante y hegemónico de la religión dentro de la sociedad y en paralelo al fenómeno de la eclosión religiosa en Iberoamérica, por necesidad espontánea estricta, según él.
A propósito de la penetración protestante en el subcontinente afirma con gran convicción: "Estos cambios en Latinoamérica reflejan la incapacidad del catolicismo dominante para satisfacer las necesidades psicológicas, emocionales y sociales de la gente, atrapada en los traumas de la modernización". El gran auge del protestantismo (en 1990, 20 % de protestantes ya en Brasil, v. g.) se debería a una mejor aptitud de éste para la modernización.
Huntington, meramente, está reproduciendo la misma escala de calificaciones que cuando reparte, o niega, capacidad para la democracia de musulmanes y ortodoxos. El sometimiento a la voluntad divina durante muchos siglos no impidió, andando el tiempo, que los europeos evolucionáramos hacia formas de comportamiento y convivencia bastante razonables y acordes con los cambios. Desconocemos cuál es la fe de este autor -si tiene alguna-, pero, de hecho, se limita a repetir el viejo esquema protestante y anglicano que nos negaba a los europeos del sur esa potencialidad por ser latinos y, sobre todo, católicos. De ahí -prejuicio bien interesado- extrajeron viajeros (Ford, Borrow), comerciantes y políticos anglosajones sabrosas conclusiones para fundamentar su propia superioridad y la inevitabilidad del "Destino manifiesto", su expansión por encima de las ruinas del imperio español y de la misma España. Y desconociendo los hechos históricos, por entonces todavía inmediatos.
Así, por ejemplo, la reiteración del mito de la vagancia generalizada de los españoles en Indias o en la Península, que habría impedido el progreso económico de aquellos territorios, con lo cual se tapaba la realidad histórica, que era la contraria: en 1776 -año de la independencia de Estados Unidos- el virreinato de Nueva España tenía una población más del doble que la de las colonias inglesas de Norteamérica, y un desarrollo económico y cultural mucho mayor. El cómo se invirtió la situación es otra historia que empezó hacia 1800 y que ahora nos llevaría demasiado lejos, pero reducir la cuestión a mayor capacidad intrínseca del protestantismo para la modernización es desconocer adrede que entre las sectas protestantes hay una variedad muy grande, y que el fanatismo y cerrazón de algunas de las más importantes no le van a la zaga al catolicismo más recalcitrante y obtuso. Y sin necesidad de extendernos sobre los menonitas y su fuga de la modernidad, en torno a los Testigos de Jehová y su horror por las transfusiones o acerca de la curiosa y contradictoria moral sexual de los mormones.
A los ojos de los miembros de una cultura, los de otras con frecuencia no son sino bárbaros, gentes que difícilmente pueden ser considerados humanos y en ningún caso equiparables a uno mismo. El prejuicio no es gratuito y se da en todas las direcciones posibles. El horror manifestado por Ibn Battuta en las Maldivas o en el reino negro de Malí por la desnudez de las indígenas le da pie para hacer algunas observaciones al respecto, aunque -desde luego- el tangerino no fuese un teórico del racismo. Es la misma actitud de fray Diego de Ocaña en sus andanzas por el Tucumán de la época (circa 1600), y ambos se pronuncian con idéntico desparpajo, en el fondo ingenuo, con pareja virulencia condenatoria.
Pese a que pueda tomarse por obviedad innecesaria, nos declaramos firmes y abiertos partidarios de la hibridez cultural y del mestizaje biológico. Por supuesto, sin forzar a nadie en ningún sentido, pero sí facilitando los medios e induciendo mediante el contacto a la superación de prejuicios, desinformación y conflictos, en la inteligencia de que no hay sociedades perfectas pero sí puede haberlas superadoras de choques del pasado, por mera carencia de los caldos de cultivo generadores de tensiones. Esto, que parece tan sencillo y tan claro, sin embargo ha costado y continuará costando a la humanidad sufrimiento sin cuento, porque implica no sólo la aceptación y el reconocimiento profundo de las otras culturas, sino también del derecho de elección individual de todos los miembros de un grupo por parte del grupo mismo. Y de ambos sexos, claro.
La franca y llana asunción del Inca Garcilaso de su condición de mestizo o las intuiciones biologistas de Félix de Azara (otro gigante casi ignorado de nuestra historia) nos señalan la clarividencia espontánea de sus autores, ya en los siglos XVI y XVIII, pero tales puntos de vista sirven para enmarcar y subrayar las realidades históricas del pasado o sociales del presente, que han sido exactamente lo contrario, una cadena ininterrumpida de enfrentamientos por motivos religiosos, económicos, culturales, étnicos.
Por desgracia, no sabemos de ninguna cultura autorizada a elevar la voz y proclamarse inocente de este género de prejuicios y abusos, tanto materiales como conceptuales. Otra cosa es que, en la práctica, pocos lo reconozcan y asuman su responsabilidad. Al respecto, la civilización occidental, tan denostada, ha sido la única que, al menos en parte, ha practicado y asumido su propia autocrítica, en tiempos recientes, proporcionando argumentos a los descendientes de quienes fueron víctimas (en distintos grados y maneras) de sus antepasados. Un fenómeno raro en el islam tradicional y excepcional en la actualidad.
Nociones como tolerancia e intolerancia son bastante nuevas, y ambas tienen origen occidental. En palabras de Bernard Lewis: "Durante la mayor parte de la historia de ambas comunidades [cristiana e islámica] no se valoró la tolerancia ni se condenó la intolerancia, y hasta hace relativamente poco tiempo, la misma Europa cristiana no premió ni practicó la tolerancia ni se sentía especialmente ofendida por su ausencia en los otros. Se culpaba siempre al islam, no por imponer sus doctrinas por la fuerza -algo que se veía normal y natural- sino porque sus doctrinas eran falsas (…) Sólo recientemente algunos defensores del islam han comenzado a reivindicar que su sociedad en el pasado acordó establecer igual tratamiento para los no musulmanes. No hacen tal reivindicación los portavoces del islam floreciente, y no hay duda, desde un punto de vista histórico, de que están en lo cierto. Las sociedades islámicas tradicionales no acordaron tal igualdad ni pretendían hacer ver que actuaban así (…) ¿Cómo podía uno otorgar el mismo tratamiento a los que seguían la verdadera fe que a los que voluntariamente la rechazaban?".
Los estereotipos circulantes en torno al islam pasado y presente, en su versión negra o en su versión rosa, se reducen a un amenazante guerrero a caballo, con una espada en una mano y el Corán en la otra, o a la proclama (estrictamente externa y verbal) de una utopía internacional en que los fieles de distintas religiones, hombres y mujeres, conviven en armonía perfecta, con igualdad de derechos y oportunidades.
Las dos visiones son absurdas y distorsionan las realidades históricas conocidas en proporciones abrumadoras: no siempre el islam obligó a la conversión -recordamos que hay muchos modos de obligar-, por motivos circunstanciales diversos, pero sobre todo económicos, ni se puede sostener en serio que en ninguna etapa histórica del islam haya existido la sociedad ideal que se sugiere. Bien es verdad que a los españoles actuales nos ha tocado cargar la cruz de la idealización de Al-Andalus, donde supuestamente convivían en equilibrio y exquisito respeto las tres culturas y las tres religiones.
Los granadinos cristianos (cuando aún los había) eran tan extraños para sus vecinos muslimes como los esporádicos viajeros de Franconia, Toscana o Galicia que por allá pudieran caer. La identidad y lealtad básicas eran religiosas y desconocían la política de fronteras; y en el universalismo del islam lo central no es el concepto de Estado (dawla), sino el de la comunidad de todos los musulmanes. Lo cual se compagina bien con el terrible dictamen del jurisconsulto Ahmad al-Wansarisi (siglos XV-XVI): "Mejor la tiranía musulmana que la justicia cristiana". Las puertas para la confraternización, pues, no estaban muy abiertas.
Podría pensarse que éstos son ejemplos espigados con peor que mejor intención, pero sería suspicacia infundada. No hay textos contrarios, pero, sin pretender hacer un alarde exhaustivo, recordaremos la aculturación padecida hasta por los mismos mozárabes, que Lévi-Provençal detalla valiéndose del testimonio -indignado- del cordobés Álvaro (siglo IX), finalmente muerto en el martirio; o la muy negativa opinión reiterada por viajeros y geógrafos árabes acerca de los habitantes cristianos de la Península (a veces, incluso, también sobre los muslimes). Cuando Ibn Battuta (siglo XIV) estima -refiriéndose a Santa Sofía y a otros templos de Constantinopla- que "las iglesias son sucias y no hay nada bueno en ellas" nos está anticipando uno de los ritornelos más caros a los moriscos varios siglos más tarde, que insisten en la "suciedad" de las iglesias. Descartada la posibilidad de "suciedad" física (en especial, generalizada), la condena va más bien en el sentido de impureza ritual (se entra calzados) y espiritual (todos los ritos allí realizados son execrables a ojos de los musulmanes: desde la pretensión de que el templo sea "la casa de Dios" hasta la ingestión de la divinidad en la Eucaristía. Todo son enormidades desde su punto de vista).
Empero, no ha faltado una corriente historiográfica -Américo Castro aparte- capitaneada por franceses, con el concurso lírico de algunos españoles significativos -todo hay que decirlo-, que embellecieron a la medida de sus búsquedas de pintoresquismo aquella penosa convivencia y la no menos dura de la misma sociedad musulmana de Al-Andalus, pero aunque haya constituido la línea del arabismo oficial hispano (ya no tanto) no podemos dejar de señalar sus demasías: desde las pretensiones de Lévi-Provençal sobre la libertad de la mujer andalusí, puntualmente reproducidas por Rachel Arié, en términos inadecuados para la época ("la ciudadana andaluza", "durante el agitado siglo XI, el amor rompía cualquier barrera social…"), a partir de casos aislados e inducciones fantasiosas sobre "matriarcado", hasta estimaciones incomprensibles en una personalidad seria y globalmente digna de crédito como Braudel: "[Los moriscos] en Castilla abundan más y su número parece ir en aumento a medida que se desciende hacia el sur. Cada ciudad tiene los suyos (…) La proporción es mucho mayor aun, sin duda, en Toledo y, más abajo, Andalucía hierve de moriscos…"
Hasta un historiador como Braudel sucumbe ante el mito árabe del sur español: ¡mítico sur español! Por supuesto que no fundamenta en nada ese "hervor morisco" de Andalucía, con el que quizá habría llegado a quemarse de conocer los estudios de población de Ladero Quesada y González Jiménez: 2.500 almas hacia 1500 en la Andalucía de entonces (el reino de Granada no se le añadió hasta el siglo XIX). Y más adelante, hablando de la expulsión, insiste en el tópico con entusiasmos de guía de la Alhambra: "Pero la oleada de fondo no pudo arrastrarlo todo. No pudo arrastrar lo que se hallaba ya adherido para siempre al suelo español: los ojos negros de los andaluces, ni las mil toponimias árabes, ni los millares de palabras engarzadas en el vocabulario de los antiguos vencidos [los cristianos]".
No repetiremos aquí argumentos ya expuestos en otro lugar y que, en su momento, ampliaremos por extenso, pero bástenos por ahora indicar el conflicto religioso generalizado que animó toda nuestra Edad Media y que en el XVI acabó estallando en la pugna entre cristianos viejos y moriscos. La naturaleza básica del choque es "un conflicto de religiones, dicho de otro modo y en un sentido más profundo, un conflicto de civilizaciones, difícil, por tanto, de resolver y llamado a perdurar" (Braudel). Un enfrentamiento en que los moriscos no recatan su hostilidad hacia la sociedad mayoritaria y en el cual ésta, consciente de su fuerza, actúa de forma despiadada con quienes se muestran renuentes a la asimilación.
La reacción contra otras minorías adoptó manifestaciones distintas: los marranos, o judíos conversos, sufrieron una persecución más virulenta que los moriscos, pero a diferencia de éstos nunca fueron al choque, trataron de adaptarse y, de hecho, penetraron en la sociedad sirviéndose de su mayor capacidad; y contra los gitanos tampoco la marginación revistió la misma forma, porque éstos "no toman una actitud terca como los moriscos, u otra temerosa y oculta como algunos judíos conversos. Los gitanos proclaman -en primer lugar- que son católicos, cristianos; pero la cosa es que a los católicos y cristianos viejos les parece que no viven como tales, pese a proclamas. La vida que llevan y su aspecto, no las ideas que tienen, es lo que resulta demoníaco, ni más ni menos" (Caro Baroja).
En tres campos principales se concentra la enemiga de los moriscos frente a la sociedad mayoritaria: cuestiones de dogma que rechazan en agrias polémicas escritas y de liturgia (que rehuyen cuanto pueden); aspectos culturales de índole general como el uso del castellano, que sólo soportan si no hay escapatoria, y manifestaciones culturales más específicas como el traje y, sobre todo, el mantenimiento de sus tabúes alimentarios. No queremos extendernos más sobre todos estos extremos, pero parece que el balance general sí es de choque de civilizaciones, al darse el contacto entre ambas comunidades.
A nuestro juicio, reducir la etiología del conflicto a mera mala voluntad de la parte cristiana es negarse a entender que responde a causas más generales y profundas que afectan a todos los seres humanos. Eso, suponiendo que la parte musulmana hubiera obrado siempre de manera irreprochable y exquisita, que es mucho suponer.
Lo que denominamos "mala voluntad", para acomodarnos a una terminología popular, Bassam Tibi lo designa con una palabra que podríamos admitir hasta como tecnicismo por la recurrencia con que se emplea en el mundo árabe; se trata de la "conspiración" (mu’amara):
"¿Por qué los árabes cultivan esa fantasía de una mu’amara omnipresente y tramada contra ellos? ¿Cuáles son las raíces de esta tendencia básica tanto política como psicológica? Todas las experiencias de derrotas y de hechos indeseables son percibidos como conspiración. Pero ¿por qué son siempre los otros los que tienen la culpa? No sólo en las guerras, sino también en cuestiones económicas y otros asuntos, un fracaso se atribuye siempre a una conspiración de los otros. ¿Hay que considerar el pensamiento "conspiracionista" árabe como una perspectiva culturalmente arraigada que favorece la propia fe en el destino? ¿Acaso el destino de los árabes consiste en ser siempre las víctimas de "conspiraciones occidentales" desde las cruzadas medievales hasta la guerra del Golfo?" (Tibi).
La claridad y el sentido autocrítico con que Tibi se expresa resultan infrecuentes entre los árabes actuales, y para encontrar algo semejante sería preciso acudir a los filósofos racionalistas medievales. Claro que tal sinceridad conlleva sus riesgos: cuanto más cerrado es un grupo humano, mayor es el sentido tribal de sus miembros y, por consiguiente, mayor el rechazo hacia el disidente o el mero discrepante. La acusación de traidor es automática, como relata el mismo autor, dada la proscripción en la práctica del concepto de individuo.
Los fallidos intentos de Averroes, Avicena, Al-Farabi o Al-Yahiz, herederos del legado griego, por fundamentar un movimiento ilustrado que potenciara el pensamiento libre y por tanto la entidad autónoma individual, acabaron sofocados por el conservadurismo esterilizador de los sunníes y su concepto de iyma‘, consenso por unanimidad de la comunidad pero de hecho imposición de los círculos dirigentes más reaccionarios. Y hasta una escritora contemporánea, Fátima Mernissi (Premio Príncipe de Asturias 2003), que sienta plaza como progresista, tras despacharse a gusto sobre las culpas de Occidente (militarismo, imperialismo, terrorismo colonial) añade algo estremecedor: "El individualismo, sello de la cultura occidental, es la fuente de toda aflicción".
Por tanto, lo progresista es aplastar al ser humano dentro del grupo, algo asumido con naturalidad por la sociedad musulmana. Y que Tibi denuncia al referir cómo, en lugar del "Pienso, luego existo", más bien en su infancia damascena se le inculcó en primer término su pertenencia y filiación de grupo, más o menos: "Soy árabe musulmán, luego existo", por lo que reflexionar sobre la política árabe o sobre cualquier otro fenómeno social de esa comunidad, viéndolo desde fuera, como objeto separado y en sí mismo, lo convierte sin remisión en traidor. Y el punto de partida no es el hombre como sujeto, sino el colectivo, la umma, tanto por encima del individuo como de las fronteras, de donde se deriva la debilidad del concepto de Estado, sin nada equiparable a la doctrina europea del derecho natural que fundamentó la transición a la Modernidad y de la que se derivan los derechos humanos.
La idea de conspiración procede de la división del género humano en el colectivo propio (la umma) y el del enemigo, que sin tregua urde maquinaciones contra los musulmanes, antes incluso de que existieran como tales, aunque no se diga así: el hilo conductor de O. Zhiri, en su obra L’Afrique au miroir de l’Europe, marcha en esta dirección, y la autora afirma tan tranquila que ya desde Herodoto, hasta nuestros días, pasando por todos los geógrafos medievales y modernos, los europeos (así, en bloque) han forjado conscientemente una imagen falsa de África (también en bloque), con fines colonialistas, exageración que nos parece rondar la paranoia o un victimismo nada inocente. A saber.
En cualquier caso, el individuo sale malparado, sin espacio para actuar como sujeto dueño de sus actos, siendo irreversible la pertenencia al grupo por nacimiento; y el vínculo "sólo puede terminar con la muerte", en tristes palabras de Tibi. Quizás no sobre recordar que, en tiempos no muy lejanos, a los españoles se nos dividía, no menos artificialmente, en "buenos y verdaderos españoles" (los franquistas) y "malos españoles" (los rojos), llegándose a negar a estos últimos la misma condición de españoles ("No son españoles", se oía). Y hace poco (el año 2002, y como preparación de las agresiones que vendrían en 2003) hemos presenciado en Sevilla increpar a los políticos del PP -por parte de sindicalistas de UGT, SOC y CCOO- con el grito "No son andaluces", lamentable muestra de copia mimética de gritos similares lanzados por los separatistas vascos contra aquellos de sus convecinos que se niegan a aceptar la secesión ("No son vascos", etc.), por muchos apellidos vascos que tengan y por mucho que gusten de hablar en vasco: entre los asesinados por la ETA abundan personas de estas características.
Sin embargo, cumple una distinción importante entre este fenómeno hispano y el otro, árabe, de que venimos hablando: mientras uno procede de un prejuicio político contingente y en el fondo efímero cuya vida puede contarse en décadas (al acabarse el franquismo se acabó aquello de los buenos y malos españoles), el otro es un concepto social básico, enraizado en la sociedad a través de más de un milenio y, por tanto, más difícil de combatir y erradicar. En nuestro caso, el problema está en la política; en el caso árabe, en la sociedad.
El panorama del mundo en que vivimos nos muestra a diario tensiones de muy diverso grado de virulencia entre países o comunidades pertenecientes a distintas civilizaciones. El estereotipo fácil establece una correlación inmediata entre pobreza y violencia, guiándonos por nuestras propias pautas culturales, pero en los países árabes los índices de delincuencia son muy bajos, incluso en los más pobres, más por el control social que por la acción policíaca. Por añadidura, algunos Estados árabes, debido al petróleo, son extraordinariamente ricos, y no se comprende que, si la hermandad entre los árabes y los musulmanes no es mera palabrería, países como Arabia, Kuwait, Emiratos, Libia, Argelia, etcétera no destinen una parte sustancial de sus recursos al desarrollo económico de los menos favorecidos por la naturaleza, pero no en un plano asistencial y caritativo, sino como verdadero apoyo para superar la pobreza estructural.
En vez de invertir en ese rubro lo hacen en compra de armas, en especulación financiera en Europa y EEUU y en masiva propaganda religiosa en el Tercer Mundo. Y mientras, culpan a "Occidente" de su subdesarrollo. Si añadimos a esto que el islam constituye una civilización cuyos miembros están convencidos de la superioridad de su cultura, a la par que se obsesionan por la inferioridad de su poder, tendremos un horizonte no poco inquietante.
Huntington estima que el fin de la Guerra Fría y de la expansión occidental (militar y política), así como el declive de su poder, han ocasionado una especie de rebelión contra Occidente, al sentirse más fuertes los otros, que se reafirmarían en sus valores, instituciones y cultura. Así, quienes se servían de valores occidentales como liberalismo, democracia, autodeterminación… a medida que se fortalecen los niegan y niegan su universalidad, exacerbándose la contradicción en el terreno cultural más que en aspectos políticos o económicos. Por nuestra parte, no vemos tan claro el paso a segundo plano de las diferencias económicas, cuando tres cuartas partes de la humanidad viven en condiciones de subdesarrollo o miseria declarada. Otro asunto es que su misma pobreza les impida hasta plantear conflicto alguno antioccidental. Lo que no es el caso de árabes y musulmanes, que a medio plazo podrían superar esa situación con inversiones, trabajo y control de la natalidad, punto este último en que de nuevo se cruza la interferencia religiosa.
Y, en efecto, entre islam y modernidad surgen disfunciones -por decirlo con suavidad- en aspectos económicos como el interés, el ayuno, las leyes de la herencia o la participación femenina en la fuerza de trabajo, pero es preciso reconocer que en otros terrenos (industrialización, nuevas formas de comunicación y transporte o la urbanización de las poblaciones rurales) no hay contradicción alguna. La modernización en facetas materiales, con la correlativa extensión de la enseñanza o la sanidad, contribuye a fortalecer esas culturas reduciendo el relativo poder occidental y favoreciendo, paradójicamente, el resurgimiento islámico, movimiento intelectual, cultural, social y político difundido y arraigado en todo el mundo musulmán, y sus efectos son perceptibles desde principios de los años 70, con velocidad uniformemente acelerada desde la muerte de Naser, en setiembre de aquel año (1970).
Ese óbito sería la piedra miliar de donde arranca la explosión islámica. Y no sólo por el fuerte simbolismo que entraña, también por las consecuencias políticas inmediatas que tuvo en un país tan significativo como Egipto. Las pretensiones (en algún caso logradas: Sudán, Irán) de establecer el poder de Allah en la tierra se concentran en el restablecimiento del derecho islámico, un mayor uso del lenguaje y simbolismo religioso, una educación confesional islámica sin fisuras, intervención en las conductas personales y a escala social global (velo, alcohol, tabúes alimentarios), una mayor participación en rituales (rezo colectivo e individual), control -acoso, diríamos mejor- a los gobiernos laicos que subsisten, solidaridad a todos los efectos entre Estados islámicos, rechazo del Estado nacional y de todos aquellos productos nacionales (materiales o abstractos) que no tengan una utilidad concreta para sus fines. Y se acepta la existencia de varias vías para llegar a una misma meta, el Estado teocrático universal.
¿Cómo se ha llegado a tal situación? Los factores coadyuvantes son varios también: el fracaso continuado de la democracia liberal para resolver los graves problemas económicos y sociales, que no han hecho sino agudizarse a lo largo de todo el siglo XX; la no menor frustración originada por los regímenes socialistas (en la práctica, dictaduras militares o de partido único), eficaces en el exterminio de una oposición de izquierda que hubiera podido servir de contrapeso a los islamistas; ayuda directa, o indirecta, de esos gobiernos a los islamistas precisamente por su enfrentamiento con los comunistas (Argelia, Turquía, Jordania, Egipto: el caso de Anwar es-Sadat es en particular expresivo); apoyo económico de Arabia Saudí a los Hermanos Musulmanes. Todos estos, más la demografía galopante y el aumento del precio del petróleo, que ha engrosado de manera enorme las disponibilidades saudíes y la seguridad de que aplastar a la oposición laica siempre es más fácil que a la islamista (que se refugia en las mezquitas y en los difusos sentimientos religiosos de la población), han sido elementos coincidentes que han desatado la eclosión islamista entre estudiantes, intelectuales de clase media baja, pequeños comerciantes, etcétera.
Sin embargo, por ahora, han obtenido escasa aprobación entre los campesinos, las élites rurales y las personas mayores. El resultado a escala planetaria se ha traducido en una descomunal conflictividad, interna y externa, de los países islámicos. Huntington demuestra con una relación exhaustiva -habla de hechos, no de interpretaciones- que la conflictividad violenta de los musulmanes es mucho mayor que la de otras culturas en los años 90 (de veinte conflictos etnopolíticos en 93-94, en quince estaban enfrentados musulmanes con gentes de otras culturas), hasta el punto de que "de dos terceras a tres cuartas partes de las guerras entre civilizaciones eran entre musulmanes y no musulmanes".
En los últimos años, dentro y fuera de España, se ha puesto de moda una palabra mágica: "diálogo". Todos en Europa se adhieren entusiastas a ella, porque lo contrario, de puertas para afuera, es autocondenarse moralmente. Pero en círculos fundamentalistas islámicos -aparte de meras concesiones propagandísticas hacia la prensa occidental-, persuadidos de la bondad de su causa, no tienen que disimular y rechazan el diálogo entre culturas y religiones, porque eso sería descuidar la incompatibilidad entre pensamiento occidental y espíritu islámico. Las posibilidades de un diálogo real entre Oriente y Occidente son mínimas, y los integristas musulmanes no tienen inconveniente en declararlo en panfletos de amplia difusión: "Un diálogo que tiene como meta el acercamiento entre el islam, el cristianismo y el judaísmo sólo se puede lograr a expensas del islam, dado que éste es la única religión justa, mientras que las otras son falsas. El acercamiento significaría renunciar a esta exigencia, lo que llevaría consigo el mayor daño para el islam" (citado por Tibi).
Hubo un tiempo en que los europeos estaban prestos a inmolarse y a matar en nombre de Dios. Al grito de "Dios lo quiere" reconquistaron para la cristiandad, durante dos siglos, parte del Oriente Próximo antes conquistado por el islam. Unos y otros se movían con la lógica de la fuerza, y enjuiciarlos hoy con criterios sólo morales carece de utilidad: ni condenarlos ni ensalzarlos, conformémonos con intentar entenderlos; y entender que si esas concepciones valieron en la Edad Media, después del Renacimiento y la Ilustración, a nosotros ya no nos sirven.
Pero el problema reside en que la otra parte no ha vivido procesos paralelos, duraderos y en profundidad, de modernización, cambio ideológico, apertura y evolución interna que alumbraran una forma de vida más tolerante con las discrepancias, permisiva y lúcida. El heterogéneo magma inicial del islam cristalizó a mediados del siglo IX con el triunfo de la corriente sunní, que aplastó siempre que pudo a las demás y, con especial ahínco, los moderados intentos racionalistas que más arriba aludíamos.
En la historia lejana islam y cristianismo andan parejos, si bien uno -por la feliz separación entre Iglesia y Estado- pudo culminar su propio acceso a la libertad en tanto el otro mantuvo la confusión permanente de los dos conceptos, cruce visible en las constituciones y códigos civiles y penales de los países árabes, pero especialmente en la presión abrumadora de la comunidad sobre el individuo, eterno sometido a los mandatos de los intérpretes de los designios divinos.
La solidaridad entre cristianos está herida de muerte. Entre nosotros, los móviles para las alianzas, apoyos e intervenciones poco tienen que ver con la fe: es impensable que ingleses, canadienses o suecos movieran una pestaña por una eventual agresión a España de Marruecos; sin embargo, marroquíes, egipcios o indonesios claman porque un país de predominio cristiano (EEUU) invade a otro musulmán (Afganistán o Iraq).
Mientras de un lado se niega la naturaleza religiosa del conflicto y hasta el enfrentamiento entre dos maneras antagónicas de entender la vida (libertad vs. sumisión), del otro se ahonda el resentimiento por sucesos que ocurren a miles de kilómetros. El choque de civilizaciones, cotidiano y pequeño, salta cuando se amenaza con pena de muerte (y se cumple en no pocas ocasiones) por propagar el cristianismo o se persigue a pastores protestantes por difundir la Biblia; cuando se prohíben de manera absoluta los matrimonios de mujeres musulmanas con hombres que no lo sean; cuando los no musulmanes no podemos ni pisar el suelo de La Meca o cuando la renuencia a la integración, en pie de igualdad de derechos y deberes, desemboca en resistencia a formar parte de un proyecto nacional común que no se base en la religión. La lista es larga, y resulta preocupante que la intención oficial del lado occidental consista en minimizar y circunscribir el fenómeno al "terrorismo internacional", "la frustración del pueblo palestino" o "la expiación de nuestras culpas pasadas en el Tercer Mundo", como si hubiera alguien libre de culpas y como si Osama ben Laden fuera el responsable de toda la historia del islam.
Nunca renegaremos de la revisión y puesta en discusión de nuestros principios básicos, pero, al tiempo, disponemos de argumentos superiores y válidos para la humanidad entera, no meramente para quienes, de grado o por fuerza, proclamen su adhesión a un texto determinado. Los derechos humanos en general y los civiles de los países occidentales -a los cuales se acogen los musulmanes siempre que les conviene- establecen con claridad la preeminencia del derecho a la integridad física, al respeto y dignidad como individuo por encima de las imposiciones de la colectividad o de la familia, con frecuencia alienadoras y hasta nada respetuosas con las personas concretas.
A este respecto, el panorama legal, social y de opinión pública en torno a los inmigrantes musulmanes es suficientemente nítido: bienvenidos cuantos quieran integrarse, trabajando y respetando las normas vigentes. Lo que no parece aceptable es una relación de desigualdad con el grupo humano denominado "musulmán": allá debemos adaptarnos, y acá también. ¿Hasta dónde debe alcanzar la permisividad con las peculiaridades y pintoresquismos de los recién venidos? ¿Por qué limitar la manga ancha al velo? ¿Es que la poligamia no es también una especificidad cultural? Y la ablación y el infanticidio y la magia negra y el asesinato de la novia que perdió la doncellez antes de tiempo. Etcétera.
Tal vez uno de los principales escollos en la relación con comunidades musulmanas estribe en la borrosa o nula noción de reciprocidad con que contemplan esa relación, ya se trate de cristianos, hindúes o budistas. Afirmaba V.S. Naipaul a propósito del conflicto entre hinduistas y musulmanes en la India: "Los musulmanes no deberían esperar más tolerancia de la que ellos mismos tienen con los otros" (ABC, 10-03-02). Y en la misma línea se pronunciaba Oriana Fallaci en su famoso libro de denuncia: "¿Por qué voy a respetar a quien no me respeta?", refiriéndose a una cuadrilla de moros somalíes que se pasaron tres meses orinando en la puerta del Baptisterio de Florencia, entre los temblores generales porque nadie se atrevía a dar el primer paso políticamente incorrecto de parar aquella inmundicia.
El caso es bien descriptivo de la falta de reciprocidad en que se mueven habitualmente los musulmanes en su relación con nosotros. Sin embargo, en uno más de los enésimos foros de diálogo de las religiones presentes en España el representante musulmán Riay Tatari obsequió a los asistentes con las flores habituales en estas ocasiones (ABC, 25-05-02): "No hay religión en el mundo que propague la paz como el islam", "el islam da la mano a todas las religiones que llamamos a un único Dios", "nunca se ha interrumpido la convivencia de los musulmanes con otras religiones, porque en el Corán tienen su lugar y su respeto". Claro que, de seguida, al preguntarle por la prohibición de difundir otros credos que no sean el islámico en Arabia Saudí, contestó : "Si allí no hay otra religión, no veo por qué vamos a crear un problema donde no lo hay". Sin comentarios, pero con una adición: muy pocos días más tarde la misma persona reclamaba fondos del Gobierno español para subvencionar las clases de religión islámica en la Enseñanza Primaria española.
Y aquí entra de lleno en la exposición el conflicto psicosocial que en España vivimos en forma de complejo de culpa respecto al Mundo Árabe, exacerbado en nuestro caso por la mezcla con la expiación de otras culpas históricas (reales o irreales) que, sobre todo la izquierda, ha prohijado con entusiasmo desde el final del franquismo, en una confusa amalgama de condena del pasado y, al tiempo, de la imagen estereotipada y fija de la derecha que sin tregua manejan. Y sin muchas posibilidades de que se sometan a la misma autocrítica que reclaman a los demás: los libros de Vázquez Rial y Gustavo Bueno, o el anterior de C. Alonso de los Ríos (castigado con significativos silencios), han sufrido una acogida glacial por parte de una izquierda que no está dispuesta a replantearse nada, en gran medida por la endeblez teórica -y hasta cultural- de muchos de sus dirigentes.
En lo que atañe al Mundo Árabe, a los españoles no se nos puede achacar una acción colonial profunda, ni larga, ni demasiado grave: quizás no por bondad sino porque la España de la época carecía de medios para desarrollar otra política, pero así fue (una limitadísima actuación de protectorado en un rinconcito de Marruecos, y eso fue todo). Pero cuando alguien está decidido a autoinculparse (máxime si existen ganancias indirectas de fondo) no hay barrera que se le resista, y si la estricta acción colonial da para poco (amén de la antipatía subsistente en la izquierda por los moros de la guerra) otras áreas se pueden explotar, ora el recuerdo de las culpas de otros españoles ya lejanos, ora la asunción global de las "culpas de Occidente", en términos de una vaguedad e inconcreción insuperables. Un solo ejemplo: no se entiende por qué los españoles de 2005 debemos endosar responsabilidad alguna por la acción colonial de Gran Bretaña en el Zimbabwe (Rhodesia) de hace un siglo. Es irracional operar de este modo, pero para la antiglobalización vale todo.
El otro capítulo, el de las culpas de España en el pasado hacia los musulmanes, nutre bien en Andalucía el parque temático de PA e IU y las verbenas institucionales del PSOE, asociándolas a la tragedia continua de las pateras o a las condiciones laborales de los inmigrantes. Curiosamente, cuando se habla de "inmigrantes" parece que no hay otros sino los musulmanes, tal vez porque el conflicto cultural con los demás sea menor o adquiera características menos virulentas.
Con el argumento de no herir la sensibilidad de la minoría islámica sobrevenida se va imponiendo una autocensura e infravaloración de las propias fiestas, costumbres, creencias, que por un lado no contenta a los musulmanes y por otro disgusta y frustra a los autóctonos: es difícil calibrar en qué grado fue decisiva en la pérdida de la alcaldía de Granada el 25 de mayo de 2003 la actitud del PSOE frente a la Toma -aunque al final rectificaran-, pero sí podemos afirmar, con contactos de primera mano, que el peso de la campaña de protestas y recogida de firmas para que se volviese a la celebración tradicional corrió a cargo de algunos miembros del PSOE local, bastante desmoralizados, por cierto; y no sólo por la Toma.
Pero no sucede solamente en Granada: en Almería también se han suprimido las celebraciones de la Reconquista, mientras en Sevilla, en 2002, se ignoró por parte la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento -de manera vergonzante, a nuestro juicio- la conmemoración de los 750 años de la conquista de la ciudad por Fernando III, pese a que este rey y ese momento son el punto de arranque verdadero del surgimiento de Andalucía como entidad diferenciada, con el pretexto de que ése era "el año de Cernuda" (no se entiende por qué Cernuda ha de estar reñido con Fernando III). En tanto se marginan y reprimen festejos inofensivos y sin agresividad real contra nadie, por otra parte se promueven desde medios institucionales, que no populares, candidaturas, premios e iniciativas que no van a conseguir la integración de los inmigrantes musulmanes, en primer lugar porque no van dirigidos a ellos sino a la sociedad española y a ésta no se le están proporcionando elementos de juicio para superar complejos o desconfianzas hacia los recién venidos, más bien se ofrecen señuelos efímeros y superestructurales, para consumo mediático.
Nos referimos a los documentales de TV patrocinados por el Legado Andalusí y por televisiones públicas, al premio Príncipe de Asturias de los años 2002 y 2003, a la dedicación a las Tres Culturas de la penúltima Feria del Libro de Madrid o al apadrinamiento -suponemos que también financiación- de la orquesta de Barenboim por la Junta de Andalucía. Pensamos que a los miembros y afines al PSOE promotores de algunas de estas iniciativas no les preocupa nada estar arando sobre agua: por la turbia personalidad de Edward Sa ‘id, o por la contradictoria de Fátima Mernissi; y, dejando al margen la simpleza de querer demostrar la obviedad de que árabes y judíos pueden interpretar música juntos, sobre todo, por el desinterés absoluto que en los países árabes hay por la música clásica: el mismo Barenboim ha debido reconocer que todos los palestinos de su orquesta son israelíes, no de Cisjordania y Gaza, por la inexistencia de personas cualificadas musicalmente en esas regiones para formar parte de la misma.
Quizá sea crudo recordar estos hechos, pero son eso: hechos. Y ni siquiera sostenemos, ni pretendemos, que los árabes deban hacerse aficionados a la música clásica si ésta no responde a sus gustos y patrones culturales; nos limitamos a señalar la insolvencia y superficialidad con que están actuando ciertas autoridades e instituciones de nuestro país, guiadas no más por lemas y consignas de moda, cualquier cosa oída y repetida sin someterla a crítica ni análisis de ningún género.
A nuestro modo de ver, la integración de los inmigrantes, relativa, paulatina y no exenta de alguna clase de conflictos, debe hacerse estableciendo con mucha claridad -y aplicando de forma efectiva- unos principios de convivencia y respeto entre personas y respecto al Estado, seamos de la procedencia que seamos, no entre comunidades, pues esto conducirá siempre al mantenimiento de las diferencias, como mínimo, cuando no a la reproducción de situaciones medievales felizmente superadas; y desde luego al control de los individuos dentro de las comunidades religiosas por parte de sus dirigentes. Unos principios emanados de la Constitución y del ordenamiento jurídico, cuya base es el conjunto de rasgos culturales de nuestra sociedad y de la historia de la cual venimos. Bajo ese amplísimo manto hay sitio para todos, en libertad e igualdad básica (ante la ley y el Estado) de todos los ciudadanos (y ciudadanas).