Si en todos los terrenos las generalizaciones son injustas y peligrosas, mucho más en el de los medios de comunicación. Es literalmente imposible tratar unitariamente la actitud de los medios de comunicación ante cualquier fenómeno, porque precisamente los medios de comunicación son una realidad muy poco unitaria, plural por naturaleza, con actitudes muy diversas según su posicionamiento ideológico, su capacidad profesional o incluso su localización física. Sin embargo, esta pluralidad de actitudes se produce siempre en un contexto político-cultural de la opinión pública y con unas reglas propias del mundo informativo que marcan unas tendencias, un paisaje más o menos difuminado, pero que actúa de telón de fondo del conjunto de la realidad.
Desde los puntos de vista más próximos, sentimentalmente o políticamente, al estado de Israel se ha sentido a menudo como injusta o como sesgada la actitud digamos central de los medios de comunicación españoles ante el conflicto del próximo oriente. En otras palabras, sin pretender que los gobiernos de Israel tengan ningún tipo de bula especial que impida criticar sus errores o sus defectos, se ha considerado que no ya los gobiernos sino el propio estado eran medidos con un rasero especial y que la imagen de Israel se ha cargado con tintas negativas, mientras se descargaba de las tintas positivas que corresponderían a su realidad de estado democrático. Y que esto ha ocurrido de una forma sistemática, pero especialmente cuando la población israelí ha elegido -como está en su derecho democrático- gobiernos que han resultado más antipáticos en la distancia a la opinión pública o a la opinión publicada española. En otras palabras, que la imagen de Israel ha sido perjudicada por un cierto prejuicio negativo sobre el estado en sí, que se ha sumado a lo que podrían ser las críticas legítimas y razonables a la actuación de sus gobiernos.
Ciertamente, todos los actores de la vida pública en un momento u otro han tenido la sensación de no ser bien tratados por la prensa. Los periodistas lo constatamos a diario nadie es tratado como querría, y a menudo el problema no está en los medios de comunicación sino en los deseos de quienes aparecen en ellos. Pero tengo la sensación de que la imagen de Israel ha sufrido los efectos -sin que tengamos que pensar en una hostilidad especial por parte de los profesionales- de una conjunción desfavorable entre el paisaje político-cultural presente en la opinión pública española, que ha teñido su percepción de lo judío y especialmente de lo israelí, y unas reglas del juego del proceso informativo que ha favorecido una visión esquemática y simplista del conflicto del próximo oriente.
Empecemos por el paisaje político-cultural. Israel es, evidentemente, el estado judío y es por tanto el pararrayos contemporáneo de las actitudes culturales frente a lo judío. Pero Israel ha sido también, en el marco ideológico de la guerra fría, la encarnación de lo occidental en el conflicto del próximo oriente. Por un lado, la tradición de la derecha no democrática española es fuertemente antioccidentalista y moderadamente antisemita. El franquismo no reconoció al estado de Israel y su retórica cultural, aun manteniendo una cierta simpatía nacionalista por el pintoresquismo de lo sefardí, tiene componentes antisemitas claros. Basta recordar el latiguillo de la "conspiración judeo-masónica". Pero por el otro lado, la izquierda española hegemónica en el antifranquismo militó también en un antioccidentalismo profundo, en un tercermundismo básico, que castigó también el papel de Israel, sobre todo a partir de
Por tanto, por una tradición y por otra, la opinión pública española bebía en fuentes muy poco proclives a la imagen de lo israelí o incluso de lo judío. Curiosamente -pero no incoherentemente-, las actitudes más favorables a la imagen de Israel se dieron en la prensa catalana, que bebía de una tradición político-cultural distinta, más occidentalista, más mesocrática y con una visión de lo judío más positiva, como prueba la proyección ideológica que se encuentra en la poesía de Espriu. Entre la tradición hostil del franquismo y la tradición pro-árabe por antioccidentalista de la izquierda tradicional, la simpatía hacia la imagen de Israel se convirtió en un patrimonio de una tradición político-cultural intermedia, más abiertamente centrista, no furibundamente anti-norteamericana, receptiva ante los valores de las emocracias que en un tiempo fueron estigmatizadas como "burguesas" o "formales" y que Israel encarnaba en el conflicto del próximo oriente, frente a las posiciones más revolucionarias o más tradicionalistas -en cualquier caso menos centristas- de sus adversarios.
Pero, como decía, tengo la sensación de que también ha ayudado a laminar la imagen de Israel la propia lógica de los medios de comunicación. Como periodista, he podido observar que en la opinión pública obtienen mucho mayor éxito mediático aquellos conflictos en los que se tiene la sensación de que todo está claro, de que todo es comprensible, que están perfectamente atribuidos los papeles de héroe y de villano. Los conflictos confusos, magmáticos, tienen siempre un tratamiento informativo más tímido. Por ejemplo, la guerra civil libanesa, llena de frentes internos, de siglas, de complejidades inextricables, tuvo un seguimiento informativo mucho menor que la intifada. Porque el teletipo o la crónica que contaba un acontecimiento en el Líbano era más difícil de explicar, más difícil de encuadrar en los anaqueles de la propia percepción del conflicto, que el que contaba un acontecimiento mucho menor en Gaza. Incluso el conjunto del conflicto árabe-israelí ha merecido tratamientos menos explícitos que el conflicto palestino-israelí, porque era más difícilmente esquematizable. El resultado ha sido una presentación esquemática, simplista, maniquea, de un conflicto complejo del que molestaba precisamente la complejidad. Israel ha sido víctima, en parte, de una presentación esquematizada y pintada en blanco y negro, en la que le ha tocado el papel de villano porque era aparentemente más fuerte, porque tenía apoyos internacionales poco fotogénicos en el contexto de la guerra fría y porque existían imágenes físicas para ilustrar esta concepción simplista.
Como periodista, tengo la sensación de que Israel ha perdido por las imágenes una parte de la guerra de la imagen. Me refiero a las imágenes en el sentido más tangible del término. La opinión pública occidental ha visto directamente acciones reprobables de Israel. No ha vista paralelamente otras acciones reprobables en el marco del mismo conflicto. La democracia tenía también estos problemas. La intifada tuvo cobertura visual y no la han tenido ni los problemas internos de Siria o de Irak ni tantos otros aspectos oscuros del conflicto. Ciertamente, si hay imágenes de hechos reprobables es en primer lugar porque hay hechos reprobables. Pero en la visualización del conflicto que se ha hecho la opinión pública española el reparto no resulta equitativo.
En cualquier caso éste es un aspecto secundario. Personalmente, estoy convencido que los medios de comunicación tienen todo el derecho -e incluso la obligación- de denunciar las actitudes o las actuaciones del gobierno y del estado de Israel que lo merezcan. Pero estoy convencido también que ciertos condicionantes paisajísticos, ideológicos, incluso mediáticos, han llevado a que no se utilice respecto a Israel la misma vara de medir que se aplica a los otros países de la zona. Hemos visto un Israel caricaturizado, irreconocible. La petición no es que se oculte lo desagradable o que se perdone a Israel lo que no se perdonaría a nadie más. La petición es que todos intentemos unificar nuestras varas de medir e intentemos diagnosticar y evitar nuestros juicios previos.
1 comentario:
Una vez escuché decir a un homosexual en la radio "el problema no es salir del armario, el problema es que el armario está en ESpaña"Este pais no es del todo democrático. Los mayores fascistas son los socialistas y la derecha se la fuma todo. No puede ser que aún tengamos los judíos que escondernos dentro del armario....ya sabemos por qué
Publicar un comentario