Y yo pensé: "Pero, sin duda, si el público (y puede que incluso el orador) se parara a pensar un momento, se daría cuenta de que estas acusaciones son ridículas." Y pensé también: "Pero, sin duda, el público tiene que saber que los judíos hemos sido amigos de los afroamericanos, y que siempre hemos sido los primeros y más activos defensores de los Derechos Civiles. No tienen más que consultar las crónicas y..."
Dos típicas reacciones de blanco liberal de clase media (de "judío", si lo prefieren). Pero a mí me dieron respuesta a una pregunta.
Es una pregunta que nos planteábamos los judíos de mi edad durante la adolescencia y la juventud. Interpelábamos a nuestros padres y les preguntábamos (refiriéndonos al Holocausto): "Pero ¿cómo permitieron (o permitisteis) que siguiera adelante? ¿Es que no veíais lo que estaba ocurriendo?"
Y, como es natural, nuestros padres no tenían respuesta para aquella pregunta retórica y acusatoria.
Hoy, con mi reacción al artículo, he encontrado la respuesta a aquella pregunta. Mi reacción de blanco liberal de clase media a la cizaña de Farrakhan fue la misma que tuvieron mis hermanos y hermanas de Alemania al comienzo del nazismo: "Pero es que estáis mal informados. Mira, escucha un momento...."
Ese fue nuestro error: el odio a los judíos no lo provocan los judíos. No se debe a ningún malentendido. Ni siquiera lo causa la necesidad de odiar a los judíos. Lo causa la simple necesidad de odiar. Los judíos no somos la causa del antisemitismo, no lo ha provocado nada que nosotros hayamos hecho, y no hay nada que podamos hacer para remediarlo. Somos tan sólo la víctima elegida.
No podemos remediarlo, e intentarlo no sólo sería inútil sino autodestructivo. Lo único que podemos hacer es defendernos de él. Las explicaciones, los razonamientos y, sobre todo, la tolerancia en respuesta al antisemitismo tienen efectos desastrosos para nosotros.
No es que dichas reacciones agraven el problema. No lo agravan, pero nos hacen perder de vista el peligro de la indefensión. La razón no sirve de defensa contra el antisemitismo. El menos vestigio de odio racial es una cuña inquisitiva cuyo resultado final es el crimen.
El antisemitismo no es ignorancia, es locura: la furia humana dirigida contra un objetivo que se considera a la vez adecuado y desprotegido. De nada le sirve a la mujer apelar a razonamientos feministas para defenderse de un inminente violador. La causa de la violación no es ningún malentendido. Tampoco la provoca la víctima. Lo mismo sucede con el antisemitismo.
Pido disculpas a mis padres por mis ingenuas preguntas, y por haber interpretado su silencio como ignorancia o complicidad.
La Torah dice que Amalec estará con nosotros en cada generación. La absurda pregunta de los jóvenes era, más que nada, una expresión del deseo de que su generación se librara. El silencio de mis padres era pura cortesía.
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