Los más cinéfilos habíamos llegado a descubrir a un director de cine de izquierdas, propalestino (lo cual explica que algunos le tengan en tan buen concepto, aunque curiosamente cuando las películas son medianamente aceptables el director es propalestino, pero cuando son bastante horrendas el director es israelí, un símbolo del decrepito cine israelí (sic)).
Ese director, Amos Gitai nos trajo escenas maravillosas, como las de amor entre la pareja madura de “Kadosh”, o el Kotel iluminado de noche, la idea de que ninguna guerra es bonita, “Yom Kippur”, y que cualquiera prefiere estar en casa, en la cama, con la persona a la que ama, antes que con un fusil en la mano. O el sentido del humor de un viejo superviviente de Auschwitz que vive con su criada oriental, en “Alilah”. Pero junto a esos fragmentos de belleza, están esas cuñas políticas metidas a calzador que desmejoran cualquier película si no se hace bien.
También es Amos Gitai el director de una de las películas que no recomendaría ni a mi peor enemigo, “Kedma”. Cuando la visioné en el cine descubrí que el gran problema de esa película es que hubiese gente, que partiendo del hecho de que “Kedma” carece de las virtudes que una obra cinematográfica debería tener, intentaba convertirla en un reflejo de la realidad histórica que hizo posible el Estado de Israel (si eso fuera cierto, Israel no existiría, puedo asegurarlo).
Tras Amos Gitai, llegó una película israelí del director Eitan Fox. “Caminando sobre las aguas” se estrenó antes que la historia de amor gay de “Yossi y Jagger”. Yossi y Jagger son dos soldados que cumplen su servicio militar en la frontera con el Líbano y que se enamoran. “Caminando sobre las aguas” es la historia de un agente del Mossad, Eyal, que se encuentra al volver de una misión en Turquía a su mujer muerta. La mujer de Eyal se ha suicidado, le ha dejado una carta, y él no vuelve a ser el mismo. Su mentor en el Mossad le asigna una misión, descubrir si un nazi del que él mismo, Menahem, y la madre de Eyal lograron escapar sigue vivo. Para ello tiene que hacerse amigo de los dos nietos.
Otra película, coproducida con Francia, es la del director de “El Tren de la Vida”, “Ve y vive”. Cuenta la historia basada en hechos reales de los Beta Israel que fueron salvados en una misión humanitaria preparada por Israel y EEUU del horror en el que se habían convertido Somalia y Sudán. La misión es conocida por tres nombres, debido a las diferentes fases: Moisés, Josué y Salomón. Sin embargo el director elige contar no la historia de un Beta Israel si no la historia de una mujer que convence a su hijo pequeño de que diga que es judío y huérfano y como este niño vuela a Israel e intenta integrarse a una sociedad como la israelí, que a pesar de su diversidad, tuvo que acostumbrarse a ver algo atípico, judíos negros. Los prejuicios viven en todos los corazones en los que se les deja residir, no lo olvidemos.
En el festival de Sundance de este año, una película israelí recibió el Gran Premio del Jurado. “Adama Meshugaat” de Dror Shaul. Cuenta la historia de un joven de 12 años que vive en un kibbutz, está preparándose para su bar mitzva y vive con una madre que solo parece feliz cuando está con el hombre al que ama, que es bastante mayor que ella, y un hermano mayor que tendrá que irse a la guerra. La misma película recibió un Oso de Cristal hace unos días en el Festival de Berlín en una de sus secciones paralelas. Pero el palmarés de la Sección Oficial de la Berlinale también trajo una sorpresa agradable, el Oso de Plata al mejor director para Joseph Cedar por “Beaufort”. La historia de los hombres de la mítica brigada golani y lo que les ronda por la cabeza durante la toma de una colina estratégica, Beaufort.
Así que sí, parece que el cine israelí existe, y que se hacen películas interesantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario