Colaborador de Comunidades - 8/1/09
Suele decirse acerca de las guerras que se sabe como éstas comienzan pero no como terminan. Podemos arriesgar que la guerra Hamas-Israel marcará una excepción a esta regla. Como si se tratase de un guión escrito por un artista perverso, la puesta en escena ha sido hasta el momento precisa. El primer acto comienza con la evacuación israelí de una zona disputada con sus vecinos. Acto seguido, éstos atacan al estado judío sin que mediare provocación alguna previa. El tercer acto marca el ejercicio de la autodefensa contemplado en el artículo 51 de la Carta de la ONU. Al cuarto acto interviene la comunidad internacional, colmada de indignación por la "desproporción" de la respuesta israelí. En el quinto acto -imprescindible para dar ese toque chic al drama- vemos a los intelectuales y a los artistas, muy especialmente a los judíos, expresando estupor urbi et orbi por la conducta de Israel y alertando por la moralidad perdida. El sexto acto trae la tragedia anticipada; una enorme pérdida de vidas en un solo golpe letal y la consiguiente presión mundial, poniendo así fin a la infeliz odisea. Cae el telón, y un nuevo intermezzo emerge hasta el siguiente show. Sería cómico de no ser tan trágico.
Esta guerra ha destruido dos mitos fundamentales de la cosmovisión que ha informado a la política israelí de la última década y media. Ha quedado develado que la fórmula tierras por paz, tan elemental en su enunciado teórico, es impracticable en el terreno práctico. La cesión parcial israelí de Gaza y Cisjordania a la OLP en 1994 derivó en la peor intifada de la historia nacional judía a partir del año 2000. La retirada unilateral de la zona de seguridad de El Líbano ese mismo año fue recompensada con una guerra impuesta por el Hizbullah en 2006. La evacuación total de la Franja de Gaza en 2005 terminó en la actual confrontación iniciada por Hamas. Nadie puede asegurar que similar destino no espera a posibles futuras concesiones en los Altos del Golán o en Judea y Samaria. El otro gran mito hecho añicos es la noción ingenua de que una vez probada la voluntad de paz israelí, la familia de las naciones entenderá su reacción ante agresiones infundadas. Desde el año 2001 al último día del 2008, cayeron en suelo israelí 10.048 cohetes y morteros. Desde el 2005, Hamas disparó alrededor de 6300 cohetes contra civiles israelíes desde Gaza. En la víspera del vencimiento de la tregua informal entre las partes, llegaron a caer ochenta cohetes en un solo día. Cuando, finalmente, Jerusalem decidió responder, el mundo entero salvo Estados Unidos la censuró.
Tal censura, a su vez, no suele ser modesta. Acusaciones alucinantes la caracterizan. Rápidamente las palabras "crimen de guerra", "nazi", "apartheid" y "limpieza étnica" pasan a ser usadas con alarmante repetitividad. Que Israel no haya iniciado la confrontación, o que haya demostrado una paciencia imposible de hallar en otras partes ante una agresión tan continua como prolongada, son hechos más rápidamente olvidados todavía. No importa que el ejército israelí haya contactado telefónicamente a enemigos no-combatientes para alertarlos de un ataque inminente. Tampoco importa que Israel haya permitido el paso a más de trescientos camiones de ayuda humanitaria en los primeros días de la contienda solamente. Y menos aún importa que hayan resultado muertos (al momento de escribir estas líneas) menos de 700 palestinos, mayormente miembros de Hamas, lo que equivale al 0.05% de una población de un millón y medio de habitantes de Gaza. Vaya genocidio.
Nunca faltan las voces de prominentes personalidades de la izquierda israelí que en este caso han oscilado entre el sermón ("un niño en Sderot es lo mismo que un niño en Gaza y quien lastime a cualquiera es maldito", Tom Segev), lo fantástico ("creo que estamos más cerca de la paz de lo que hayamos estado jamás", Amos Oz), y lo delirante ("debemos cesar total y unilateralmente el fuego durante 48hs, e incluso si los palestinos disparan contra Israel, no responderemos", David Grossman). A ellas no tardan en sumarse las condenas de conocidos judíos de la diáspora que emplean su fama para denostar a Israel. Así, el músico argentino-palestino-israelí Daniel Barenboim pide a Israel -no a Hamas- mostrar "una mayor inteligencia que la de tirar bombas". León Rozichner titula una nota en Página12 "´Plomo fundido´ sobre la conciencia judía". Santiago Kovadloff usa su valioso espacio en La Nación para afirmar que Israel "revela escasa lucidez cuando se enfurece y ataca" y enseñar con filosófica claridad que "el hecho en sí de recurrir a las armas constituye, para el Estado judío, una derrota moral incalculable".
Como trasfondo, numerosas manifestaciones pro-Hamas ocurren en todo el Medio Oriente, en Europa y otros lugares. El fervor es elevado y da lugar a acontecimientos insólitos. En Irak, un terrorista se inmola en medio de una multitud antiisraelí. En Nueva Zelanda, un sacerdote católico arroja pintura roja y gotas de su propia sangre sobre una placa conmemorativa de Yitzjak Rabin. En Francia, un automóvil en llamas embiste contra una sinagoga de Toulouse. En Buenos Aires, izquierdistas radicales y árabes lanzan tomates y zapatos contra la embajada israelí. En este dramático contexto, la dirigencia judeo-argentina permanece, como siempre, ausente. Después de algunas idas y venidas decide pasar a la acción: convoca a un acto en apoyo a Israel…a puertas cerradas. Quizás en muestra de empatía con los residentes de Sderot que deben ocultarse en bunkers subterráneos, la DAIA, AMIA y OSA deciden llevar a cabo el acto en el salón principal ubicado en el segundo subsuelo del edificio de Pasteur. Discursos sentidos serán pronunciados, pero el acto subterráneo sienta un precedente vergonzoso. El hecho está teñido de cobardía y luce como un ocultamiento del apoyo a Israel. Alegan razones de seguridad. Si este es el caso, de ahora en más todo acto que recuerde la voladura de la AMIA, la embajada de Israel, y nuevos aniversarios del estado judío deberán hacerse siguiendo esta modalidad. En realidad, es el síndrome Kovadloff -compulsión por agradar al gentil- institucionalizado. En contraste, los judíos europeos, aún cuando están muy expuestos a la hostilidad de las comunidades islámicas locales, han salido a tomar el espacio público. Al escribir estas líneas, manifestaciones ya han acontecido o están por acontecer en Bruselas frente a la embajada iraní, en Londres en Trafalgar Square, en Roma en el Parco dei Principi, y otras más en París, Ámsterdam, Frankfurt, Estocolmo y Budapest.
Las razones de la condena a Israel difieren, más el resultado final acumulado es el mismo. Podrá incluir críticas pro forma al Hamas, pero en tanto la responsabilidad última por las vidas perdidas sea asignada al estado judío, el cinismo de aquellos que atacan a civiles protegiéndose con civiles será vindicado. Y si el ardid funciona, ¿por qué habrían los terroristas de abandonarlo?
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