La semana pasada se pusieron en contacto conmigo decenas de periodistas extranjeros, todos mendigando mi consentimiento para una entrevista. Solicitudes de emisoras de radio, de televisión, de periódicos, de sitios web... ya saben. El mundo occidental ha descubierto el fenómeno natural conocido como los ciudadanos árabes de Israel, y lo mejor de todo para mi sorpresa es que la patente está registrada bajo el nombre de un científico ruso llamado Lieberman.
Ese lema - "Sin lealtad, no hay ciudadanía" - realmente parece haber confundido a los miembros de los medios de comunicación extranjeros. "Sólo un segundo", se preguntaban los editores en Europa y en los Estados Unidos, "¿de qué ciudadanía está hablando? ¿desde cuándo los palestinos tienen ciudadanía?" Zoólogos y antropólogos fueron requeridos a dar explicaciones, y después de un largo día de los más delicados experimentos de laboratorio, se llegó a la conclusión de que se trataba de un fenómeno familiar, al que a veces se refieren un pequeño grupo de historiadores por el término científico de "árabes israelíes". Otros investigadores que han documentado su aparición lo definen como "los ciudadanos palestinos de Israel", mientras que otros prefirieron catalogarlo por medio de números, llamándolos los "árabes del 48".
Algunos representantes de los medios de comunicación extranjeros que habían acumulado años de experiencia en Israel ya conocían a los ciudadanos árabes del país, pero por razones internas eligieron, hasta hace poco, ocultar este fenómeno a sus lectores para no sembrar así más confusión y causar más consternación al lector promedio extranjero. La historia conjunta israelo-palestina es más turbulenta que nunca y la introducción de nuevos elementos, tales como los árabes israelíes, sólo complicaría las cosas. El consenso decidió que era preferible hacer referencia a dos campos: los palestinos y los israelíes.
En primer lugar, no comprendía por qué de repente fui inundado con peticiones de entrevistas. Pero luego, tras googlear "árabes israelíes" y descubrir que mi nombre aparecía en la entrada de Wikipedia como un ejemplo vivo del fenómeno, comprobé que se me mencionaba junto con otros dos escritores: el gran y tardíamente reconocido, Emile Habibi, y Anton Shammas, quién abandonó la patria años atrás y ha hecho una buena carrera dando conferencias en prestigiosas universidades de América tratando de explicar el concepto. Lo que me deja, al menos según Google, como una buena primera opción cuando se necesita preparar un artículo sobre los "árabes israelíes".
"¿Lo comprendes?" Me encontraba rompiéndome la cabeza tratando de hablar en inglés con el periodista de la BBC enviado desde la capital británica sólo para hablar conmigo. "¿Me entiendes?", le preguntanba periódicamente, recibiendo una aturdida y desconcertada mirada a cambio. "Der ar deefreent kayndes off Erabs" [N.P.: Sayed parodía aquí su mala pronunciación, y yo entiendo que lo que deseaba expresar era, más o menos, "They are different kindness off arabs = Ellos tienen una diferente amabilidad a la de los árabes". Seguro que presupungo mal].
Naturalmente, puse lo mejor de mi parte para ensuciar al Estado de Israel. "Ray-cee-Zem" [N.P: Sayed vuelve a autoparodiar su inglés, y el de otros, queriendo decir "Ra-cis-mo"] es una palabra que me oí a mi mismo insertar en cada frase. Traté de describir la situación del ciudadano árabe, la discriminación y el abandono, y di una larga cuenta de todas las terribles dificultades en las comunidades árabes.
"Un minuto", me preguntó un reportero de un conocido diario norteamericano, "¿los árabes israelíes no viven en las ciudades israelíes?" "No, no, lo has entendido mal. Los árabes viven en pueblos y aldeas árabes, muy abandonadas, sabe usted, por el Ray-cee-Zem [Ra-cis-mo] y todo eso. Hay algunas ciudades mixtas, pero en la mayoría de esos lugares hay un clara separación entre los barrios árabe y judío". "Dees-kreem-ee-nay-shun [N.P: nueva parodia de su inglés, por Dis-cri-mi-na-ción]". "Así pues lo que me estás diciendo es que la mayoría de los árabes de Israel viven en los campamentos de refugiados", resumió el periodista. "Ya allah, ¿cómo puedo explicárselo a este idiota?", me dije. Lo intenté de nuevo desde el principio. "Sabes, Der ar deefreent kayndes off Erabs [Ellos tienen una diferente amabilidad a la de los árabes]".
"Dime, por favor", me preguntó una reportero alemana, "con todo lo que me has dicho no puedo entender cómo tú vives en un barrio judío". "¿Qué? Ahhh... Bueno...". Empecé a tartamudear delante de ella. Después de todo lo que hablé acerca del ray-cee-zem [ra-cis-mo] y de la dees-kreem-ee-nay-shun [dis-cri-mi-na-ción], vivir en un barrio judío tenía que sonar como a desear la muerte. "Es para fines de investigación", me encontré explicándole. "Sí, es para un libro que estoy escribiendo... Como parte de una investigación sobre el ray-cee-zem [ra-cis-mo] en la sociedad israelí, tuve que pasar desde la muy, pero que muy descuidada aldea árabe donde crecí a un barrio judío".
"Entonces, ¿cómo hacéis para sobrevivir?", me preguntó con simpatía. "¿Cómo reaccionan sus vecinos?" "No hay duda de que el ray-cee-zem [ra-cis-mo] será el tema final de mi estudio de investigación", le dije, recostándome de nuevo en el sofá. "No se puede imaginar lo que estamos pasando aquí. Es toda una pesadilla. Disculpe, voy a ver quién está llamando a la puerta", le dije, haciendo un esfuerzo enorme para deshacerme de mi sufrimiento y cansado de tener que levantarme para ver quien llamaba al timbre. Era mi vecino, quien realmente es un gran tipo, el que estaba allí, de pie frente a mi puerta. Quería saber si me sentía con ganas de ver una película con él. "Claro que sí", le dije. "Déjame que me deshaga de esta periodista alemana y me voy a tú casa". Volví y me senté con cara de horror ante la periodista. "¿Quién era?" "El vecino", le contesté. "¿Va todo bien? ¿Qué quería él? ¿Puede usted decírmelo?", me pregunta ella. "Oh, nada, sólo la misma cosa de siempre", le respondí con una expresión de angustia. "Cada día es la misma historia. Él llama a la puerta, y al abrirla, me escupe y luego se va". Puse mi mano como si fuera a limpiarme la cara y la periodista alemana soltó una lágrima.
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