Bueno, no del todo.
Todavía vivimos bajo la minúscula amenaza de hacernos desaparecer como entidad política, en el mejor de los casos, o físicamente y sin metáforas, para un caso menos feliz. No debe haber otro país que viva bajo una amenaza semejante desde el día de su creación. Hamás y Yihad Islámica proclaman que ése es su objetivo, pero por el momento no pueden lograrlo. Irán también proclama el mismo noble fin, incluso en forma un poco más explícita y con referencias a mapas y desapariciones, como en los espectáculos de magia, y se esmera en obtener poder nuclear para después, llegado el día, poder decir a la audiencia internacional, señalando el mapa regional: "Nada por aquí, nada por allá''.
Lo que quiero decir, es que no nos asiste el derecho, el privilegio, de sentirnos y comportarnos como normales, porque no lo somos. Vivimos en Israel, no en Costa Rica. En general, se puede entender perfectamente que seamos sumamente susceptibles cuando un loco, y encima con bigotes, anuncia que nos quiere aniquilar. Todos los que quieren consolarnos y decirnos que no lo tomemos tan a la tremenda, en nombre de una supuesta salud mental, van por mal camino.
Nosotros renegamos de esa salud mental, porque la última vez que nos comportamos de esa manera ("Es un loco'', "Nadie puede llegar a hacer semejantes cosas'', "El mundo no permitirá'', etc.) quizás beneficiamos a nuestra salud mental pero deterioramos la física de manera que nos costó la muerte de seis millones de personas. No más. Los paisanos de mis pagos decían que el que se quema con leche, mira una vaca y llora.
El mundo tiene todo el derecho de reírse de Ahmadineyad y de Haníe, nosotros no. Ellos pueden considerar que no son serios, nosotros no. Y todos los que dicen que se trata de un miedo irracional, que digan. Decir es gratis. Por lo general se trata de los mismos que nos dicen que tenemos que entender a los árabes, su cultura y su mentalidad, que para ellos la cuestión del honor y la dignidad es muy importante. Bien, nosotros también tenemos "mentalidad'' y nos tienen que entender: cuando alguien dice, 63 años después de concluida la guerra del Holocausto, que nos quiere exterminar de una u otra manera, no hay ninguna probabilidad de que no lo tomemos con gran seriedad, sin esbozar la más mínima sonrisa. Exigimos garantías de supervivencia. Es nuestra "mentalidad''.
La pregunta, por supuesto, es a qué se debe ese clima de tranquilidad y normalidad que se vive en las últimas semanas, pese a que los cohetes siguen cayendo, aunque sin causar víctimas. Porque estando las cosas como están, no deja de ser altamente sospechoso que "no pase nada''. Yo personalmente creo que sí pasa.
Los historiadores conocen épocas que llaman "sintomáticas''. Son épocas tranquilas en las cuales no hay acontecimientos dignos de mención y por lo tanto pasan casi desapercibidas a los ojos de esos historiadores del presente que son los periodistas, con aptitud para ver sólo los dramas. Tiempo después, cuando el drama aparece en forma repentina, van corriendo, esta vez sí historiadores, a buscar los orígenes y gérmenes, y llegan de vuelta a la época tranquila pero con una visión diferente.
No pasaba nada durante los meses que precedieron a la firma de los Acuerdos de Oslo, y no pasaba nada durante toda la época previa a la Guerra de Iom Kipur. Israel se preparaba para las elecciones generales en un clima de bonanza y tranquilidad casi aburrido. Mucho más tarde hubo que ir a buscar y encontrar todos los signos, acciones e inacciones, que desembocaron en la guerra.
En estos días se está decidiendo el futuro más inmediato en temas cruciales, y la aparente tranquilidad no debe obnubilar la visión de nadie. No estamos de frente a un acuerdo, y no podemos estarlo. Las decisiones que hay que adoptar tienen que ver con otra cosa: con la forma de administrar un conflicto que persistirá a fuego lento, o con la manera de obtener una victoria militar que impida en forma efectiva el bombardeo de amplias regiones del Néguev desde Gaza, o con la fórmula adecuada para derrocar al gobierno fundamentalista en Gaza.
No se vislumbra un acuerdo con Hamás, y es preferible que no lo haya. Sé que es muy cómodo decirlo desde Tel Aviv, lejos de Sderot, de Or Haner, de Mefalsim y de Ein Hashloshá. Pero es la verdad y es lo que les conviene también a ellos a mediano plazo. Un acuerdo, que no se vislumbra por el momento, podría lograr una relativa calma ahora, que concluirá en un infierno mucho peor que el actual enseguida después.
No es que quiera guerra: no quiero ser víctima fácil de quienes en ningún momento hablan de la posibilidad de deponer las armas. Quieren una tregua para poder rearmar filas y están convencidos que mediante el desgaste, impactando en la población civil, obtendrán la victoria. Un acuerdo parcial con ellos será presentado como un triunfo y continuarán con sus ataques, con mejores armas y pertrechos y mayor espíritu de sacrificio, estimulados por el presunto triunfo.
Esta no es una época tranquila, entonces, sino una época de decisiones cruciales. No hay posibilidades de acuerdos, porque incluso con los pragmáticos de Cisjordania no se puede lograr más que la firma de un papel, y de los más baratos. Lo único seguro es que si se firma un acuerdo, pasarán dos cosas: las organizaciones intransigentes palestinas, con Hamás a la cabeza, intensificarán los ataques por todos los medios a disposición, y el Gobierno israelí caerá por incapacidad de obtener mayoría parlamentaria.
Un acuerdo, además, intentará comprender también a Cisjordania, algo que Israel deberá evitar en las actuales circunstancias, porque la relativa ausencia de atentados terroristas provenientes de esa zona se debe precisamente al paciente trabajo de las fuerzas de seguridad y no a una inexistente tregua por parte de los palestinos.
Si una enseñanza se debe obtener de todo lo vivido y sufrido desde septiembre de 1993 hasta hoy, es que Israel debe garantizar su seguridad como Estado y la de sus habitantes como individuos, como elemento previo y como condición para cualquier clase de acuerdo. Si hay seguridad, es probable aunque no seguro que se pueda lograr también la paz.
Pero si hay un acuerdo, por excelente que sea, sin seguridad, durará lo que un suspiro de madre por la muerte de su hijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario