¿Alguien ha visto la televisión en las últimas semanas? Ha sido impactante, yo he aprendido mucho, me siento como si hubiera vuelto a ver uno de esos instructivos y educativos programas de “Barrio Sésamo”. ¡Qué joven me siento!
Lo primero que he aprendido es que nuestro querido Túnez, ese lugar al que todos nos íbamos de vacaciones de fin de curso, bueno todos menos aquellos que nos íbamos a la playa de Almuñecar, no era una democracia modélica. Me siento estafado, ¿no era eso lo que llevaban vendiéndonos durante años? ¿Paz, prosperidad, cumplimiento de los derechos humanos?
Ese lindo Túnez, parece ser, estaba dirigido por un tal Ben Ali que ha dejado de ser nuestro colega, y cuando digo nuestro, me refiero obviamente a Europa. Hemos roto relaciones, ya no le ajuntamos. No le devolveremos las llamadas, y olvidaremos los favorcillos que nos hizo, en aquellos tiempos en los que le considerábamos un ejemplo a seguir, un espejo en el que el resto del mundo islámico podía mirarse. –Debe ser porque nos cobraba el gas barato–.
Lo segundo que he aprendido es que Hosni Mubarak –admito que este hombre me sonaba más–, en los ratos libres de su apretada agenda, había montado una dictadura que dirigía con mano de hierro. Dictadura que estaba a punto de cumplir la treintena, quién la pillara –la treintena, no la dictadura–.
Lo tercero que he descubierto es que en las revueltas pacificas mueren a centenares, hay miles de heridos, atacan a periodistas extranjeros, y las mujeres son violadas al grito de “judía, judía” o “espía israelí”.
Lo cuarto que he aprendido –la prensa se ha vuelto más educativa que las lecciones de SuperCoco–, es que la paz está sobrevalorada. No importa que Mubarak mantuviera una paz que convirtió el convulso Oriente Medio en algo menos convulso, no importan sus esfuerzos en pos de una paz entre israelíes y palestinos. Importa que el Egipto de Mubarak fuera aliado de Israel, que reconociera a Israel y cumpliera las condiciones del Tratado de Paz que llevó a Sadat a la tumba.
Lo quinto que he aprendido es que no importa de lo que informes, se trate de Yemen, Túnez, Bahrein, Jordania, Egipto, Libia… de una forma u otra, la culpa la tiene a Israel.
Lo sexto, que directamente me ha anonadado, es que aunque un gobierno corte las conexiones a Internet –como en el caso del gobierno egipcio– una población empobrecida y con un alto nivel de analfabetismo, podrá comunicarse y convocar manifestaciones a través de Twitter y Facebook.
Lo séptimo, que me parece un mal plagio de aquel slogan que los autores de los folletines que crearon a las leyendas del Salvaje Oeste, es que todo buen periodista no puede dejar que la realidad le estropee una historia. Entre los ejemplos más notables el empeño de la prensa española en ningunear la presión de
Lo octavo –que productiva que es la prensa, a veces– es que las noticias de cientos de muertos, miles de heridos, disparos contra población desarmada, y violaciones varias de los derechos humanos más elementales, se investigan. Antes de lanzar acusaciones de forma oficial o pedir explicaciones, se buscan pruebas que corroboren esas acusaciones. Bueno, siempre que el régimen sobre el que caen esas acusaciones sea el libio, el de Bahrein, el yemení o el egipcio, y no el israelí.
Lo noveno es que la corrupción galopante, el nepotismo; esas ansias de dejarle al amado hijo la corona, cosa que tanto ansiaba Mubarak, como sigue ansiando Gadafi, una inflación galopante, una vaga defensa de los derechos humanos y graves problemas de empobrecimiento de la población,… son síntomas que los avezados periodistas occidentales y especialmente los españoles no habían notado hasta hace relativamente poco. Y en el caso de haberlo notado se lo han callado.
Teniendo en cuenta el ímpetu que llevan poniendo, desde hace años, a la hora de convertir en noticia de interés naderías como los autobuses en Israel, uno se pregunta –ese uno soy yo– si no podían haber gastado mejor la cantidad de tiempo y espacio –en las hojas de periódico– para contarnos cosas como que la población de Egipto se estaba empobreciendo de una forma alarmante; que la familia de Ben Ali se estaba enriqueciendo y controlaba todo el país; que Gadafi pretende que su hijo le suceda en la jefatura del Estado y que sigue como en los viejos tiempos inventándose teorías conspirativas para escurrir el bulto; que Yemen lleva años al borde de una guerra civil o de una simple guerra debido a los frecuentes estallidos de violencia;…
Podemos decir a favor de los periodistas, ante esa ceguera manifiesta, que
Lo décimo es que hemos —en realidad nuestros gobiernos. Esos que eligen defender o no los derechos de otros, siempre que no les estropee la agenda política o económica del mes; o les sirva de cortina de humo. Véase el affair Sahara-Marruecos—, vendido nuestros ideales y la lucha por el cumplimiento de los derechos humanos básicos por un módico precio: gas, petróleo y ayuda para luchar contra la inmigración ilegal. Esto último, sin poner en duda, ni hacer incómodas preguntas, sobre los métodos utilizados repetidas veces por esos países, para mantenernos contentos.
Lo undécimo, ¿ya vamos por el 11? es que estos nuevos gestos cara a la galería y ese modo infantil de ver la política y de relatarla, me recuerdan a cada rato lo peligroso que es tener a un pez de colores dedicándose a tareas relativamente serias como son el periodismo, la diplomacia o la defensa de los derechos humanos. En todos los países del mundo, no sólo en uno del que todos conocemos su nombre.
¡Qué mes más educativo! ¡Cómo echo de menos “Barrio Sésamo!
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