He leído hace nada por millonésima vez una llamada al boicot contra Coca Cola, lo siento, soy adicto a
Obviamente he recordado el boicot contra los autores israelíes —es curioso que la mayoría sean de izquierdas y críticos con la política de su gobierno—.
Lo que resulta bastante curioso, más que curioso ilustrativo, es que sean esos, los que se quejan de la prohibición de ciertas ideas —todo el tema de HB, ANV y filiales—, los que se pongan a fomentar boicots contra artistas, deportistas y demás.
Leyendo historias antiguas ya hubo un boicot contra Noa, tuvo la genial idea de decir que había servido en el ejército israelí y que se sentía orgullosa de ello, es curioso que en un mundo con tanto nacionalismo suene mal que alguien se sienta orgulloso de servir en su país. Pero es que el antimilitarismo es así.
Tanto USA como Israel son dos estados que no se avergüenzan de su ejército, no lo esconden y quizás por eso lo exponen tanto a las críticas. Pero que le vamos a hacer, la gente está tan obsesionada con dividir el mundo entre buenos y malos…
Tanto boicot me ha recordado el que sufrieron Hannah Arendt, Marc Chagall y Albert Einstein entre otros y del que no se escaparon ni los muertos, Modigliani, Mendelsohn, Heine… A Heine le robaron su hermoso poema Lorelei y le dieron otro padre este muy ario muy rubio —seguramente que era clavadito a Himmler—.
Yo admito que hago mi pequeño boicot. No compro tarjetas de UNICEF desde que descubrí que prefieren dar su dinero a Hamas que preguntarse en qué lo gastan. ¿Alguien cree que si UNICEF ha usado a Hamas como intermediario para cuidar de la infancia palestina ha tenido algún escrúpulo en usar organizaciones similares en otros lugares del mundo?
No leo a Saramago, y obviamente no compro sus libros, me parece un soberano gilipollas. Tampoco escucho a Wagner, y me cuesta horrores leer a Voltaire, aunque es el autor de una de mis “citas” favoritas —sinceramente, me gusta más mi versión—, esa que “dice” que la civilización lo que ha traído son métodos más sofisticados de tortura.
Pero desde luego lo que no se me ocurriría es imponer mi forma de pensar.
Hace tiempo tuve la desgracia, fue una experiencia bastante desagradable, de bajarme por error un archivo que yo creía era un libro sobre el Talmud, sólo fui capaz de leer un párrafo, el párrafo destilaba odio y me dejó un sabor de boca amarguisimo.
Ante eso busqué a alguien más sabio que yo y que había pasado por eso más veces, y le pregunté: “¿Cómo puedes leer cosas así?” Su respuesta fue una pregunta: “¿Si no leyéramos cosas así, tú crees que el pueblo judío seguiría existiendo?” Tuve que admitir que tenía razón.
Quizás debería haber leído más, pero en el fondo mi alma de masoquista no da para tanto. Tengo puesta la esperanza en que hay otros en el mundo que son capaces de hacer eso de lo que yo no soy capaz.
Pero me hago una pregunta, ¿cómo voy a saber quién es el enemigo o qué quiere si me niego a escucharle?
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